jueves, 28 de julio de 2022

A un engendro humano

Buenos días a todas, buenos días a todos.

Qué tal, cómo lleváis vuestras vidas, cómo gestionáis vuestras relaciones humanas. En apariencia, creo que muy bien. Se da una paradoja, todas creemos que el entorno que nos rodea es de una sibilina magnificencia que no suele tocarnos en suerte.

Cuando los años te contemplan, cuando han transcurrido sus efectos, de pronto un día te redescubres a ti mismo y te sorprende lo muy poco que, a los ojos de ese entorno, uno ha aprendido. 

Una Humanidad que se arrastra para no fenecer en el intento de que su dignidad aflore como si de iceberg se tratase, cuyas cifras de sufrimiento son todo menos humanas, no es el agente que debamos considerar como elemento al que aferrarnos para salvar la nuestra, nuestra dignidad.

La perdimos hace tiempo, la Humanidad la perdió hace mucho. Nosotras la tratamos de retener a marchas forzadas de un modo individual. Y claro, ese a priori sano anhelo se convierte en el sálvese quien pueda de toda la vida.

Comentaba la radio, con voz femenina, esta mañana, que la nueva ola, la nueva moda, la nueva consigna de la gente guapa, es decir, aquella cuya capacidad de actuación diaria frente a sus semejantes no es sino la mayor de las infamias con las que a diario nos topamos el común de los mortales, esa nueva consigna consiste en no escuchar las noticias porque estas son muy malas. 

Qué bien, qué modas, qué gentecica, me encantan, son la vacuna perfecta contra la impostura, el antídoto que, a su vez, anula cualquier atisbo de sentido común que se le ocurra atravesar nuestra existencia.

Días pasados hube de soportar la incómoda situación de hacer frente a la imbécil casualidad de que el mayor impostor que la vida puso en mi camino, se acercase para saludarme: no, persona inmunda, esta vez, no, ni lo será jamás. Llevas décadas haciendo daño: cuando tuve la mala suerte de que te cruzases en mi camino, llevabas ya un reguero importante de víctimas en tu morral, seguiste en ello, engañaste a muchos, jamás acepté tus impertinencias, te lo hice saber, lo hice saber allí donde era preciso hacerlo. No sé cuál es la amenaza a la que sometes a esas personas, pero, si sé que si de algo puedes presumir, cabestro, es de tener anuladas las capacidades de reacción de toda una comunidad que, a su vez, vela por la salud mental de nuestra conciudadanía.

Y en esas estamos, en esa dirección, algunos cafres mueven sus perversas intenciones para con sus congéneres. Y claro, aquellos, aquellas, que se someten a tipejos tal que el relatado, salen a diario a la calle, muchas veces en olor de multitud, como si nunca pasara nada, como si la vida de ellos, de ellas, frente a las vidas de quienes sufren por no introducir su responsabilidad, aquella que ellas mismas se infundieron y otorgaron para ayudar a su sociedad, no fuera sino uno más de los paradójicos hechos que les convierten en la versión más cutre de honorables ciudadanas y ciudadanos, incapaces de gestionar el sufrimiento ajeno allí donde esa honorabilidad no tiene sentido alguno amparando al infame ser humano caracterizado en los dos últimos párrafos.

Hoy, la radio hablaba de ti, ¿lo recuerdas?. Alguien hubo de decirte que miraras y cuidaras aquello que sobre ti se escribía, porque, no parecía justo que se hiciese sin que lo supieses. Es verdad, inmunda criatura, tenía razón aquella persona. Solo un error de previsión de futuro deja en tierra de nadie aquella intervención. Pero bueno, frente a tus malévolas e infames intenciones, frente a las peores embestidas ejecutadas por ti, por más de 30 años, en el ámbito descrito anteriormente, a cualquier persona se le perdona, con creces y agradecimiento, el mal pronóstico.

Si bien es ahora la última vez que sobre ti escribo, la anterior es la que añado ahora, su título es genérico, Acosadores: ahí estás tú, pero están tantas otras criaturas, nunca mejores que tú, jamás peores que tú. Mira, Charlatán, otra más de las pocas, pero muy necesarias, ocasiones en las que hube de referirme a tu persona, referirme a esa criatura nefasta en la que la vida te convirtió, en ese engendro humano que sin piedad ni compasión alguna viene haciendo daño a cuanto ser humano se le pone por delante y molesta el devenir de su asqueroso camino. 

Termino con este infumable recordatorio, que no mereces, fíjate que paradoja, y sin embargo, tus víctimas, precisan que se hable de ti para que tus envenenadas intenciones vayan dejando paso a la cordura y el buen hacer del lugar que permanece intoxicado por tu presencia. Y el recordatorio contiene otras dos menciones al despreciable curriculum que te ampara: - No me lo agradezcas, - Hoy, el diario hablaba de ti

Seguramente, no la más sangrante, sí la más reciente, con resultados más horrendos y alarmantes, ni te la nombro ahora, pero bueno, sabemos bien de qué hablamos, sabemos bien a quién ha hecho daño, a quién has hecho un daño infinito, cabestro.


Santos López Giménez

pd: retahíla de menciones, un total de 5, desde 2008, que cuando de hablar de un perverso ser humano se trata, es poco, muy poco.




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