sábado, 30 de octubre de 2021

En manos de las cloacas (Alberto Rodríguez)

 Audio emitido el pasado miércoles, 27 de octubre, en Onda Cero Noroeste

Un vídeo ha desmontado la denuncia de un policía de los Mossos d'Esquadra, quien había acusado a un manifestante por una supuesta agresión contra su persona. La denuncia interpuesta por el agente autonómico hizo que el ciudadano fuese procesado por el presunto ataque, pero un vídeo recientemente desvelado ha dejado en evidencia la realidad: fue el policía quien agredió injustificadamente al manifestante. Las imágenes suponen una prueba irrefutable, por lo que el hombre ha sido absuelto.

Leo la noticia que acabo de relatar, publicada en prensa hace unos días, y me pregunto en cuántas ocasiones, similares circunstancias, no se estarán produciendo.

Si echamos mano de la hemeroteca, casos más notables, desde el punto de vista de la repercusión mediática, se han sucedido en el tiempo. Recordad a los chicos de Alsasua, cuyo calvario, después de ser acusados de terrorismo, lo cual conllevaba penas de 50 años de cárcel, hasta quedar en penas menores, de las que comenzaron a gozar de permisos penitenciarios, el recorrido ha sido todo un poema de sufrimiento e inestabilidad anímica para ellos y sus familias. El caso, fue elevado, el pasado 20 de julio, al Tribunal Europeo de Derechos Humanos. En aquel altercado, ocurrido durante las fiestas del pueblo, en 2016, en un bar de la localidad, se comenzó acusando a un grupo de jóvenes de terrorismo por dar una paliza y amenazar de muerte a guardias civiles de paisano. En aquella ocasión, las imágenes que fueron presentadas por la defensa, desmontaban buena parte de las acusaciones, sobre todo, el hecho de que la camisa de uno de los supuestos agredidos estaba impoluta y no manchada de sangre como reflejaba el relato de lo sucedido presentado en la denuncia.

También con un importante recorrido mediático, el caso de Isabel Serra, que en 2014 participase, junto a otro grupo de personas, en un intento de frenar un desahucio que se llevaba a cabo en el barrio de Lavapiés de Madrid. Al parecer, intentos de agresión, a los policías presentes, e insultos varios contra ellos, fueron proferidos por los manifestantes, sin embargo, en las imágenes que se presentaron en el juicio, en ninguna de ellas, Isa Serra llevaba a cabo acción punible alguna. Los tribunales, buscando una infame vuelta al suceso, acabó condenándola a 19 meses de prisión.

Sin duda, el caso más reciente, el que está generando mucho ruido en las dos últimas semanas, es el de Alberto Rodríguez. Le conocéis bien, su imagen física es inconfundible, más aún siendo diputado, como lo era hasta hace 5 días. Pues bien, el pasado 21 de septiembre, leí la noticia que ahora transcribo: “El agente que acusa a Alberto Rodríguez reconoce que no recuerda bien qué sucedió porque había "mucho alboroto"”. También Alberto acudió a manifestarse, en este caso, en defensa de la Educación Pública, en 2014. La secuencia del devenir ya la conocéis, tras haber logrado que la pena inicial solicitada quedase bajo mínimos, ya que las pruebas eran absolutamente inconsistentes, los 45 días de cárcel que se le impusieron han acabado con la retirada de su condición de parlamentario. Con Alberto, las dudas se disiparon en tanto que, sin testigo alguno, sin vídeo alguno que mostrase imágenes de lo sucedido, la palabra del policía de turno, le valió al tribunal para procesarlo.

En el país en el que las cloacas vienen haciendo y deshaciendo a su antojo, al antojo del poder establecido, no hay más que escuchar al delincuente Villarejo, dar crédito a estas sentencias como tales, sin que uno vislumbre intenciones últimas por motivaciones políticas, es harto complicado. Y lo que es peor, la sombra del montaje policial, que planea desde que he comenzado a hablar, la dejo en suspenso, suspendida en el éter.

Santos López Giménez



Diez años después (Optimismo, Libertad y Paz)

 Audio emitido en Onda Cero Noroeste (20 octubre 2021)

                         El 30 de mayo de 2020, desde esta sección de opinión, en Onda Cero Noroeste, hablé de la obra de Fernando Aramburu “Patria”. Entre otras apreciaciones, mencioné el escrito que ahora, con tu permiso, Julio, leeré textualmente. Antes, recordar que se trata del texto que escribí en la madrugada del 20 al 21 de octubre de 2011, es decir, hace diez años, y que se publicó en el periódico comarcal “El Noroeste”, una semana después, el 28 de octubre. Algo muy grande comenzaba a tomar forma, y estas fueron las impresiones que, en caliente, escribí entonces; decía así:       

      Es obvio que escribo por pura apetencia, tal vez necesidad, en ningún caso obligación. De ahí que mis escritos, en ocasiones, se alarguen demasiado en el tiempo, es probable que sea la pereza la principal responsable de ello. En todo caso, el que uno escriba o deje de hacerlo es intranscendente. Sin embargo, hoy, a esta hora de transición entre el 20 y el 21 de octubre de 2011, la necesidad de escribir es infinitamente más fuerte que cualesquiera otras razones para no hacerlo.

                                   El pasado 10 de enero, día en el que ETA anunció un alto el fuego "permanente, general y verificable", os pedí que me permitieseis ser optimista, así titulé mi escrito, permitidme-ser-optimista, lo era entonces, y hoy, más que nunca, quiero convertir el optimismo en una bandera de libertad y paz. Por ello, esta noche, deseo blandir con fuerza, con rabia, con toda la fuerza y la rabia que manan tras la sensación de hastío, de hartazgo, de dolor, que durante toda una vida nos han venido infundiendo los ejecutores de un inexistente mandato que, en su delirio, habían forjado unas infelices criaturas, creyéndose portadores de los deseos de un pueblo, el vasco, que jamás les concedió tales prebendas, y cuyo hartazgo y hastío, además de un dolor infinito, pesaban como endemoniadas espadas de Damocles ocluyendo e impidiendo la normalización del permanente futuro de esa sociedad.

                                 Dos meses atrás, el 18 de agosto, visitaba Bilbao con mi familia. Como en alguna ocasión anterior, un impronunciable deseo interno me acompañaba en ese viaje. A las 9 de la noche, de aquel día, estábamos en San Mamés prestos y dispuestos a divertirnos con el Athletic. Evidentemente, aquel día no se concretó mi sueño impronunciable, pero, esta pasada noche, cuando algunos seguidores del Athletic salían de San Mamés, a la misma hora que nosotros lo hacíamos hace dos meses, despistados ellos, recibían la noticia por antonomasia que tanto hemos deseado todos, y, obviamente, reconocían, el empate de hoy quedaba reducido a una anécdota insignificante frente a la grandiosidad de un futuro en paz. Ese deseo, de mi fuero interno, presente a cada momento, y candente en esas pequeñas, pero memorables, visitas a Euskadi, pudiera haber tomado cuerpo a partir de este 20 de octubre de 2011.

                               Con todo, amigos, vosotros que me concedéis el honor de ser lectores de este escrito, cuando mañana leáis la prensa, cuando contrastéis los diferentes medios informativos, comprobaréis que el escepticismo, inherente al ser humano, y nada sospechoso de querer suplantar al pesimismo, algunos, bastantes de esos medios, lo convertirán en carroña propia de seres infames que, donde el pueblo vasco, y buena parte del resto de España, vemos esperanza y paz, ellos sólo contemplan un chollo menos con el que seguir atizando la mentira y la calumnia. Pero, a esta hora, en este día, nadie nos va a quitar la libertad de emocionarnos y dejar ir una lágrima de alegría y esperanza porque, hoy más que nunca, la paz está mucho más cerca que jamás lo estuvo.


Santos López Giménez



sábado, 16 de octubre de 2021

La homofobia, ese lastre

 

Audio Onda Cero Noroeste, 13 octubre 2021

“En la época de Franco en España no habían homosexuales”, me dijo el chico; “vaya, qué cosas, y ¿por qué razón eso que dices era así?”, le dije yo, “porque los mataban”, fue su lacónica respuesta. No me preocupaba la literalidad de lo que el chico exponía, al fin y al cabo, era lo de menos. Más allá de su tergiversación, me preocupaba que un chaval de 13 años articulase semejante información. Tras seguir indagando en su parecer,  soltó una nueva perla, al decir que los homosexuales no eran personas normales, que los odiaba: solo balbuceó, dudando, al comentarle que si creía que él y yo éramos normales, que qué era aquello que nos diferenciaba, y por supuesto, que qué le movía al odio. Algún resorte debió disparársele ya que, de inmediato, optó por reconocer que tenía una amiga, una novia, añadió, que en algo le estaba influyendo para que esas perversas ideas suyas no le persiguiesen. Le mostré mi satisfacción y le di la enhorabuena por la existencia de esa persona cuya influencia, qué duda cabe, era lo mejor que podría pasarle en este momento de su vida.

Por la tarde de ese mismo día, leo la noticia de que, en Murcia, en el Hospital Reina Sofía, tras una consulta en Ginecología, a una chica de 19 años, le diagnostican, según rezaba el informe médico: “Enfermedad actual: homosexualidad”.

Y claro, en ocasiones, hechos casuales, que se solapan en el tiempo, disparan tu atención por un asunto del que, muchas veces, sueles prescindir para no convertirlo en una obsesión, intentando dejar correr la influencia de indignación y rabia que te generan, con la ingenua idea de que se traten de hechos puntuales, censurables, pero que, individualmente, estos, u otros similares, se habrán de resolver.

Ojalá fuera así, me temo que no, que de un tiempo a esta parte, todo aquello que la sociedad había logrado, con el pleno reconocimiento de la igualdad de derechos y deberes de la ciudadanía, al margen de la condición sexual de cada cual, y que bien parecía que no solo era algo sustentado por ley, sino asumido plenamente en el ámbito social, pudiera estar sufriendo un retroceso alarmante, nada casual.

Sin embargo, ni la absurda noticia de ese diagnóstico surreal, infame, dictado desde un centro público de Salud, desde las dependencias de un hospital, ni la reflexión irracional de un chico de 13 años, son, ni de lejos, tan corrosivas y dañinas como lo son la condescendencia, complacencia y comprensión que una parte de la sociedad muestra hacia la homofobia endémica e intrínseca de familiares y amigos frente a la homosexualidad de alguna persona del entorno próximo. Las dos situaciones expuestas, en el mejor de los casos, pueden revertir los acontecimientos, a modo de antídotos, cuya reacción otorgue una onda expansiva que favorezca el rechazo social de las mismas y la puesta en marcha de medidas cognitivas capaces de frenar semejantes hechos. En tanto que, esa aceptación resignada del poso homofóbico social, nos sitúa ante una más de las cuitas no resueltas que el paso generacional, como fruta madura, habrá de resolver, siempre que no sea lastrado por las siguientes generaciones.

Y de ese potencial lastre generacional, si una responsabilidad hemos de inferir, todo apunta, al discurso rancio y retrógrado, al que se le suele tildar de odio, implantado por facciones extremas de la derecha socio-política, que, para nuestra desgracia social, concita buena parte de la misma y no deja de crecer.

 Santos López Giménez 

 

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