miércoles, 17 de junio de 2020

Atrapados en azul


Audio 17 junio 2020, intervención en nombre de Unidas Podemos-IU, Cehegín

Qué tienen en común la presencia de símbolos religiosos en edificios públicos; la imagen de la mujer en publicidad; o determinadas placas, estatuas o nombres de calles, de raíz histórica reciente, que honran a personas y a hechos sangrantes, así como honores y premios para torturadores. Tres circunstancias que podríamos definir bajo sus pertinentes leyes y/o artículos constitucionales, otorgándoles una contundencia tal que no dejase margen ni a la duda ni a devaneos sociales ni personales, respecto de su puesta en escena socialmente. Sin embargo, eso que los comunica, que los convierte en hechos con derecho a tratarlos con desdén, con una aceptación social incomprensible, es la percepción social mayoritaria de los mismos.

Hubo un tiempo en el que esas percepciones estaban en función del grado de interacción que cada cual tuviese con las personas de su entorno, nada ha cambiado al respecto; por supuesto, lo que ha cambiado, añadiendo elementos traídos por la modernidad, es el modo, la vía comunicativa por la que te llegan determinadas opiniones y comentarios de las demás personas, y por ende, el número de éstas y la frecuencia con las que recibes dichos mensajes. Por ello, si tu compromiso social va más allá de las posiciones acomodaticias, suelen enervarte  opiniones en las que la condescendencia, el quitar hierro y apelar a lo consuetudinario, cuando no, menospreciar aquello que por razones legales y de respeto social democrático, debería de formar parte del acervo ciudadano individual, además de enfrentarte con asiduidad a dichas opiniones, te generan incómodas reacciones de impotencia frente a tus conciudadanos como miembros de una sociedad común.

Que, constitucionalmente,  España sea un Estado social, democrático de Derecho, cuyos valores son la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo, donde se garantiza la libertad ideológica y religiosa, bajo los parámetros de la separación institucional entre Estado y confesiones religiosas y la neutralidad de los poderes públicos. Que en su artículo 14, la Constitución española proclame el derecho a la igualdad y a la no discriminación por razón de sexo, que, a su vez, el artículo 9.2 consagre la obligación de los poderes públicos de promover las condiciones para que la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas, y que la igualdad entre mujeres y hombres sea un principio jurídico universal; que además, se reconociesen y ampliasen derechos estableciéndose medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura, en la conocida popularmente como Ley de Memoria Histórica. 

Todo ello, no es un brindis al sol, la convivencia social y democrática, sin que nadie vea herida su sensibilidad humana ni su condición ciudadana, deberían obligarnos a  hacer especial hincapié, desde todos los ámbitos, para que la cultura democrática acabe por ser un hecho, más pronto que tarde, y no sea preciso estar en permanente guardia ante los enemigos de la libertad que, a pasos agigantados, en los últimos tiempos, están ganando un precioso terreno a la cordura y al civismo. Desde sus lúgubres hojas de ruta, contemplan a la incultura como su herramienta más fehaciente. Los enemigos de la libertad se nutren del mal gusto, pero, ante todo, de la incultura. Demasiadas décadas escatimando en Educación, demasiado tiempo fomentando la incultura, de aquellos polvos estos lodos: el fascismo, que nunca se fue, ha encontrado un perfecto caldo de cultivo desde el que ampliar sus funestos horizontes.



Santos López Giménez



jueves, 11 de junio de 2020

Juicio por un asesinato anunciado en El Salvador

Audio en Onda Cero Noroeste, 11 junio 2020


Cuenta la leyenda que, en abril del 1984, Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino, jesuitas y eminentes prohombres de la Teología de la Liberación, se refugiaban de una enorme balacera, en plena guerra civil salvadoreña,  consecuencia de la intervención del ejército de El Salvador. En un momento en el que la intensidad del tiroteo se hacía insoportable, Ellacuría preguntó a su compañero mejor situado cómo estaba la cosa, a lo que le respondió Sobrino, que escuchaba un transistor: "Hay esperanza. Acaba de marcar Noriega". Con ese resultado, el Athletic estaba a un partido de ser campeón. Leyenda o anécdota, lo cierto es que, quienes le conocieron, coinciden en que ni la proximidad de la muerte inmutaba su vitalidad.

Se le acusó de ser agente de la conspiración marxista al servicio del Kremlin, de dirigir la estrategia marxista-leninista en Centroamérica, de haber dirigido la guerrilla por mucho tiempo: son algunas de las difamaciones que militares de alto rango y políticos de la ultraderecha salvadoreña emitían meses y días antes de que Ignacio Ellacuría (jesuita y rector de la Universidad Centroamericana, UCA), junto a cinco jesuitas más, compañeros de la UCA, así como Julia Elba, la cocinera, y su hija de 15 años, Celina, fuesen asesinados en el campus de dicha Universidad, el 16 de noviembre de 1989. En su día, quedé consternado ante la noticia, la rabia se apoderó de mí: de nuevo, luchar pacíficamente por los más débiles, llevaba consigo el asesinato de quién así obrase; desde un primer momento se intuía que todo había sido programado por el Gobierno y el Ejército salvadoreños, siendo soldados de dicho ejército quienes consumaron el crimen. Tomaba cuerpo, una vez más, la farsa de los adláteres de la sinrazón: difaman y difaman hasta ser engullidos por el fango generado por sus propias mentiras, convirtiéndolos en monstruos aniquiladores de toda forma de inteligencia humana. Asesinaban a la persona que encarnaba el proceso de paz que estaba en marcha, impulsor del diálogo entre el partido de extrema derecha Arena, gobernante, y la guerrilla del Frente Faranbudo Martí para la Liberación Nacional.

Cuando, en 2004, leí la obra, publicada en 1995: “Una muerte anunciada en El Salvador. El asesinato de los jesuitas”, de Pedro Armada y Martha Doggett, su lectura, no hizo sino corroborarme aquel secreto a voces.

Desde aquella masacre, han transcurrido más de 30 años, y ahora, en España, La Audiencia Nacional juzga desde el pasado lunes, 8 de junio, al excoronel y exviceministro de Defensa salvadoreño Inocente Montano por su presunta participación en “la decisión, diseño o ejecución” del asesinato de cinco jesuitas españoles en 1989 en El Salvador, hechos por los que se enfrenta a 150 años de cárcel. Junto a él se sienta en el banquillo, el otro acusado, René Yushsy Mendoza, teniente del ejército, que, según la Fiscalía, “ha colaborado muy activamente” con la justicia española, por lo que se le pide un año de prisión menor e inhabilitación absoluta pues se considera que concurrieron los atenuantes y eximentes como el miedo insuperable y la obediencia debida. Sin embargo, de las noticias de agencia que he leído, ninguna referencia a la infame intervención de la CIA, de los Estados Unidos, país cuya omnipresencia, unas veces por activa, otras por pasiva, ha generado ingentes cantidades de  dolor y muerte durante décadas en Latinoamérica.

Por ello, cuando releo, en la mencionada obra de Pedro Armada y Martha Doggett, el prólogo de Jon Sobrino, que se libró de ser asesinado por estar en Tailandia pronunciando una conferencia, me quedo con una frase que llevo fijada en el alma: “Decir verdad” en medio de y en contra de un mundo de mentira que oprime la verdad produce una inmensa esperanza, la esperanza de que la verdad es posible.

Santos López Giménez



miércoles, 3 de junio de 2020

Pedro Alberto Cruz y la Derecha Regional

Audio, en nombre de Unidas Podemos-IU de Cehegín


Le escribí en aquella ocasión. Le escribí, como le vengo escribiendo, desde hace muchos años, al violento anónimo,  muy presente en todos los ambientes, al que se le encargan las más sucias tareas que los instigadores eternos de la paz precisan para justificar su impertinente existencia.
Le escribí en los términos que correspondían, no encontré otros, ni creo que jamás puedan encontrarse para definir el salvajismo de criaturas tan indeseables y despreciables como las que este violento encarna.

Corría el 16 de enero de 2011, cuando me vi en la obligaciónde volver a hablarle; entresaco un fragmento de aquello que le dije:

Además de malnacido, eres un cobarde, y lo sabes muy bien. Sigues siendo el mismo fascista de toda la vida, a lo cual hay que añadir tu condición de mafioso y mercenario. Lo de ayer no deja lugar a dudas. Te comportaste como únicamente tú sabes hacerlo. Acompañado de dos energúmenos de tu misma ralea, te lanzaste como criatura endemoniada sobre tu víctima, emitiste inconexos grititos, que tus dueños te enseñaron, para confundir a la persona agredida, y descargaste tus valientes puños de hierro sobre su rostro”.

El día anterior, 15 de enero de 2011, Pedro Alberto Cruz, Consejero de Cultura de la Región de Murcia, era agredido violentamente en la puerta de su casa.

Del siguiente párrafo de mi carta abierta al violento, al mafioso, al mercenario, entresaco lo siguiente:

El primer golpe de efecto está en marcha, el gobierno regional ha dirigido todas las miradas hacia la oposición política, en un gesto, por parte del mismo, de absoluta falta de responsabilidad”.

Y bien, fundamenté esas palabras mías, en las que Ramón Luis Valcárcel, presidente del gobierno regional en aquel momento, llegase a emitir frente a los medios hablando de lo que dio en llamar “la izquierda poliédrica” como responsable del ataque que sufriese Pedro Alberto Cruz.

Al parecer, la policía no dejó ir en vano esas acusaciones infundadas y detuvieron a algún que otro joven, de supuestos grupos extremistas de izquierda, tal como se les definió en aquel momento, pero, en ningún caso, pudieron demostrar nada, porque nada se podía demostrar si de lo que se trataba era investigar en determinado ámbito por el mero capricho de unos señores que les movían intereses partidistas perversos y no el anhelo de clarificar ese turbio asunto.

Lo cierto y verdad es que al cabo del tiempo, más de 9 años desde aquel infortunio, como si de un misterio paranormal se tratase, nada se ha podido resolver respecto de los agresores.

Sin embargo, paradójicamente, y sin que medie ni una pizca de ironía, quiero manifestar las gratas sensaciones que en los últimos meses las lecturas de diferentes mensajes, por parte de Pedro Alberto Cruz, en redes sociales, me han generado un atisbo de esperanza futura para que la Derecha regional deje a un lado esa persecución moral y física de todo lo que huela a izquierda sociopolítica y tome nota de una persona como Pedro Alberto, que no vela por el interés específico de su partido, sino por la salud social del inmediato futuro. 

Os dejo dos de sus últimas reflexiones que ponen de manifiesto su posición, ante el momento que nos toca vivir. Se trata de dos tuits de los pasados 29 de mayo y  1 de junio. 

El primero de ellos, dice así:

El New York Times dice que “Vox es la peor derecha de la democracia”. Menos mal que lo dice el mejor periódico del mundo y no unos cuantos españoles a los que se nos tacha de radicales por denunciar el fascismo.

En cuanto al segundo, decía Pedro Alberto:

En esto que una mañana te levantas siendo un terrorista porque Trump ha decretado que el antifascismo es terrorismo.

Santos López Giménez



NOTA: 

Escritos a los que se alude en esta entrada