En este punto, he de reconocer mi confusión.
Que viene de lejos: es cierto; que sus efectos son imperceptibles hasta que se te viene encima de golpe: así parece; que demasiados profetas sacan pecho ahora porque ven cumplidos sus peores vaticinios: sin duda; que el vértigo de lo dura que se intuye la caída nos paraliza: no anda muy lejos la clave. El miedo es libre, qué duda cabe, pero el miedo apocalíptico, aquel que no proviene de la telebasura sino de la constatación diaria de lo que le sucede al vecino, de libre tiene poco. Sin embargo, todo son retazos de nuestro enriquecido mundo, sólo desde él se pueden generar sensaciones como las descritas, nuestro miedo no es un miedo a la nada, nos tememos los unos a los otros en este sálvese quien pueda. Desaforados, yo el primero, hacemos llamamientos a las movilizaciones, sin saber contra quién ni con qué compañeros de viaje. Y como el miedo aterrador que nos ocupa no deja margen a la inteligencia, cometemos la torpeza de apelar a la miseria del tercer mundo para defender nuestros privilegios. Aún así, voy a permitirme la insolencia de proclamar que es preciso salir, movilizarse, elevar la voz; mis entendederas no dan para mucho, lo justo para intuir que si ni eso hacemos, con crisis o sin crisis, el futuro seguirá en manos de los mismos desvergonzados.
Santos López Giménez
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