Audio, Onda Cero Noroeste, 17 noviembre 2021
La Historia de la democracia parlamentaria en España
tiene muchas instantáneas fotográficas,
hitos que la han ido conformando en el tiempo.
Ver a Dolores Ibárruri y Rafael Alberti bajar las
escaleras del Congreso, cogidos del brazo, es con seguridad la primera gran
instantánea cargada de un inmenso significado.
Tanto es así que, seguramente, muchos quedaron
fijados a la par que la misma, de modo y manera que, con ella, pareciera que
todo lo que viniese lo haría en una progresión mediante la cual libertad y
decencia, como si de un símil se tratase, jamás podrían retroceder en el marco
de la aspiración ciudadana del pueblo español.
Bajo ese halo inmaculado de primera hora, la
transición, parecía tener un guion orquestado, con un articulado relato, del
que, como dijese aquel socialista de pana: “quien se moviese, no saldría en la
foto”. Si bien él lo articuló para referirse a las maniobras dentro de su
propio partido, bien se pudiera extrapolar al amplio abanico de opciones
políticas que el devenir de los tiempos fuera implantando en nuestro país.
El legado que la leyenda de la transición nos dejó,
a modo de coletillas que los medios y determinados voceros, próximos al poder,
fueron emitiendo, caló tan hondo que, hoy día, determinados grupos políticos,
filibusteros ellos, maestros de la charlatanería chabacana y del desprecio más
absoluto hacia sus congéneres compatriotas, tienen copados los ecos de la
opinión pública con sus arengas filofascistas de descrédito hacia quienes,
sencillamente, han venido demandando la restitución de la dignidad de sus
familias, las cuales, sufrieron muerte, tortura, cárcel, persecución, no
habiéndoseles permitido hasta no hace mucho la posibilidad de rescatar los
cuerpos, mejor, los restos óseos, de las miles de víctimas del tapiz de fosas
comunes que cubre nuestra geografía.
No había que abrir heridas, comenzaron a vocear los
filibusteros, y nadie contradijo esa memez. Con lo cual, el sufrimiento en
silencio de las miles de familias afectadas hubo de transcurrir por décadas
como una amarga prolongación de la dictadura ya que los representantes
políticos que pudieron echarles una mano
para ese fin humano, a todas luces necesario, decidieron que ese negociado, el
del dolor, el de la humillación, el del sufrimiento, no tocaba.
Han pasado 4 décadas, siendo los últimos 15 años los
que volvieron a dar luz y esperanza a las víctimas de aquella infame gestión.
Sin embargo, la semana pasada, el parlamento, el congreso de los diputados, ese
lugar donde se sienta la soberanía popular, por medio de los representantes del
pueblo, volvía a generar una pestilente actuación dando su voto a un
innombrable personaje para formar parte del Tribunal Constitucional. No hay
modo, volvemos una y otra vez a ver frustrada nuestra maltrecha dignidad. Lo
que convierte en insoportable esta nueva concesión a los verdugos es que lo
haya sido con la complicidad de personas de las que jamás uno pudo imaginar que
serían capaces de volver a defraudar a su pueblo.
El círculo se cerró, y lo hace, una vez más, en
falso, dejando hacer a quienes consintieron, consienten y consentirán que el
sufrimiento sea unidireccional, que quienes defendieron la libertad sigan
siendo tratados como elementos subversivos cuyo final lo tuvieron bien
merecido. Su memoria no deja margen para esas bastardas argumentaciones que
desde hace una semana vengo escuchando como letanías insostenibles que refieren
esas desalmadas criaturas.
Santos López Giménez