Circunspecto,
taciturno, al tiempo que optimista e ilusionado, dos o tres tardes
por semana, se acercaba a sus entrañas. Saludaba a la entrada, la
principal, la del museo, a las chicas que, sentadas tras una mesa,
muy amablemente, lo recibían con una agradable y reconfortante
sonrisa, para seguir su marcha internándose en la prolongación que
el antiguo y monumental edificio sufriera, con muy buen criterio
arquitectónico, para alojar la Biblioteca Pública del pueblo al que
llegó dos meses atrás. Enfilaba la alargada y estrecha
estancia, bajando una corta escalinata, tras de la cual, a la
izquierda, una primera dependencia de estantes, repleta de libros,
con mesas centrales en las que reposan los periódicos del día, se
aloja en la parte antigua del edificio; una furtiva mirada deja paso
a la antaño salida del edificio, que no es sino la entrada, allí
donde ofrece un nuevo saludo al joven bibliotecario, que, al igual
que las chicas de la entrada, denota en su saludo amabilidad y
generosidad infinitas. Este trecho es el que, por su fisonomía, da a
entender la prolongación arquitectónica mencionada: un largo
pasillo, con mesas de cuatro, pegadas a unas cristaleras, tras de las
cuales se contempla un precioso jardín, en el que unos olmos
destacan sobremanera; algún que otro cedro, algún taray, setos de
tuya, incluso adelfas, conforman, junto a otras ornamentales
especies, la cobertura botánica de este agradable espacio abierto.
No obstante, antes de abandonar la histórica villa que le ha
acogido, aún descubre pequeños detalles: entre otros, que la
galería donde se sitúan las mesas junto a la cristalera, fuese en
su día una caballeriza; o que el pomposo jardín, no sólo comprende
el espacio delimitado, según creía, por la biblioteca, sino que se
continúa hacia la zona desde la que se ofrece información a los
visitantes de la villa: la oficina de turismo.
Pero
estas estancias descritas no han sido sino las que delimitaron su
presencia esporádica, desde donde, haciendo uso de las llamadas
nuevas tecnologías, se conectaba con el mundo exterior, con la
familia, con los amigos.
El
grueso de actividades, aquellas que le trajeron a semejante lugar, le
han tenido ocupado, de mañana, en un centro educativo de
secundaria, que lleva el nombre del valle y del río que delimita a
la comarca de cuyos pueblos eran los alumnos a los que atendía
diariamente.
Cuando
estas palabras se van imprimiendo sobre la hoja en blanco, la
posibilidad de que su partida no sea mas que de población, sin dejar
de realizar, por un pequeño periodo más, la mencionada actividad,
en otro lugar por determinar, está abierta, por poco tiempo, de hoy
para mañana, pero esa luz sigue viva a esta hora.
Sea
como fuere, lo vivido, forma parte de un resurgir vital: resurgir no
incluido en los esquemas inmediatos de su futuro, hasta que, el
pasado 21 de marzo, fuese informado de que esta posibilidad relatada
existía, y todo dependía de la energía y fortaleza que en esos
instantes tuviese a mano. Y bien que acertó con su decisión, y bien
que se armó de valor y determinación, convirtiendo este periplo en
un revulsivo de las estancadas circunstancias, de orden profesional,
a las que estaba sometido. Nada cambia, sin embargo, para el futuro
inmediato, sólo el hecho de contar con una ventana más que deje
pasar otras opciones: tanto da que se concreten, su presencia, su
abertura, ilumina el camino.
Para
entender algo de lo descrito, más allá de lo íntimo que lleva
consigo, sirva como anécdota la sorpresa de compañeros y compañeras
cuando les informaba de que su anterior andadura en estas lides
académicas tuviese lugar entre los años 1991 y 1993 del pasado
siglo. Sólo por eso, por realizar aquello que ya no aparecía en
guión alguno de futuro, mereció la pena. Al menos, eso me dice cada
mañana cuando lo miro a la cara.
Santos López Giménez
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