Audio Onda Cero Noroeste, 17 febrero 2021
El cambio de
ley educativa, llevado a cabo el pasado mes de diciembre, supone, para la
opinión pública, una de esas quejas
que solemos sacar, de cuando en cuando, a que les den el aire, tras la entrada de un nuevo gobierno; nada da
más juego al gran público que tirar de manual, de tópicos, sobre ese tema,
estrujarlo al máximo, para no decir nada nuevo. Sin embargo, dicho así, qué
dudas puede tener nadie, somos una ciudadanía de máximas irrefutables a las que
nos aferramos mecánicamente, aunque igual, en este caso, no falten razones:
“qué país éste, incapaz de consensuar una ley educativa que perviva por
décadas”, nos decimos las unas a los otros.
Ocurre que, lo más próximo a la base de una ley que
ampare y fortalezca a un sistema educativo, es la historia del país que la ha
de adoptar. A lo que, por añadidura, conviene no perder de vista la cultura
política del pueblo al que se le ha de aplicar dicha ley, y por ende, la
cultura democrática del mismo, revirtiendo todo ello en la calidad democrática
de dicho país.
Cultura política y democrática: salgamos a la calle, preguntemos,
también entre familiares y amigos, muy probablemente, comprobaremos que ambas
cuestiones, no ya que no sean de interés para una mayoría de ellos, sino que, lo normal, es que te despachen con un
“ambas están muy superadas” y, seguramente, lo acompañarán con un “déjame en paz con tanta política”.
En todo
caso, la Historia de España, ha de
ser el primero de los parámetros a
considerar, en mi opinión, el más importante; y claro, en nuestro caso,
nuestra historia reciente, es la gran
olvidada de todas y cada una de las leyes educativas que se fueron forjando
a lo largo de las cuatro últimas décadas.
Hasta el punto de que, en la literalidad de la impartición diaria de la
asignatura que le otorga toda su significación, los periodos que abarcan de 1931 a 1939, II República y Golpe de Estado
contra la misma, así como, la consiguiente etapa histórica que llegara hasta la
muerte del dictador, con toda la carga de crímenes, exilio y dolor, mucho
dolor, que conllevaron, suelen ser soslayados y muy pocas veces estudiados.
El día que se entienda que para
consensuar una ley educativa se precisa consensuar la Historia de la ciudadanía, pasada y
presente, sobre la que habrá de proyectarse dicha ley, el día que el Sistema Educativo sea capaz de desprenderse de las
diversas ataduras religiosas que, a su vez, fueron diseñadas en ese trance
histórico al que, desde las Administraciones Educativas se le siguen otorgando
todas las prebendas que sus gestores le confirieron, ese día se soltará el lastre que nos paraliza. A partir de ese día, estaremos en disposición de adecuar los principios pedagógicos, que
deberían de ser los únicos que generasen desvelo en nuestras intenciones
educativas, a los principios históricos que nos contemplan, ese día, la ley que se proyecte, estará en
disposición de ser una ley de muy largo recorrido.
Entre tanto, no nos rasguemos las vestiduras,
serán preciso corregir, tantas veces sea necesario, los agravios a los que
nuestro sistema educativo se vea expuesto por mor de los resortes políticos, económicos y religiosos que copan el cotarro en
este infinito día de la marmota.
Santos López Giménez
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