La idea de que el crecimiento económico ha de
ser infinito y por ende jamás controlable y siempre deseable, ha tocado a su
fin. Sin embargo, la Humanidad, parece no tomar conciencia: ni la agredida
permanentemente por una inercia endemoniada que nos está conduciendo al más
trágico final que imaginar podamos, ni,
por supuesto, la acomodada, esa que siempre tuvo claro que se precisaban ricos
y pobres para mantener un equilibrio del que ella siempre salió indemne.
En estas estamos cuando se me
cruzan ideas nada recomendables sobre el cómo percibe la población mensajes de
esta índole, y lo hacen a modo de cuñas que sin pedir permiso interfieren en mi
mente. En esa virtual realidad que las cuñas me generan, sigue uno sin
vislumbrar esperanza alguna de futuro.
Frente al crecimiento continuado,
surgió la teoría del Decrecimiento. Hace mucho ya de ello, nos remontamos a los
años 70 del siglo pasado, momento en el que diferentes
economistas y teóricos, con independencia del signo político de su sociedad de
procedencia, les condujo a admitir que, al aumentar la producción de bienes y
servicios, era forzoso que se incrementase también el consumo de recursos
naturales, lo cual derivó en la corriente
contraria: el Decrecimiento. Y lo hizo sobre bases que deberían de ser
incuestionables si de la Ciencia hemos de echar mano para justificarlo. Un
análisis somero de la realidad planetaria, nos confronta a una idea,
cuantificada y temporal, según la cual en cuestión de una década las
necesidades consumistas de nuestra aldea global precisarían de dos planetas
como el nuestro para disponer de las materias primas necesarias para ello. Y de
tres, si nos vamos a 20 años vista. La correlación, siendo disparatada, es el
producto de estudios científicos que la avalan.
En este punto, entra en juego el
papel individual, y la repercusión global, de cada persona mediante sus hábitos
y gestos domésticos. Es ahí donde el colapso de la idea se concreta, sin ser,
en realidad, el resorte que nos conducirá al colapso planetario. Entre lo uno y
lo otro, entre la supuesta responsabilidad del individuo, frente a la de
gobiernos y grandes empresas, nuestro aporte individual se diluye dejándonos en
un terreno de nadie ante ese infausto futuro. Sin embargo, esa dilución no es
sino el producto de la negligente actuación del poder político que durante
décadas ha maniobrado en el sentido de dejar bajo mínimos la influencia de la
Educación. Nada casual, maniobras encaminadas a limpiar el camino para que,
siendo, como somos, los actores que sostenemos el gran teatro de la vida humana
sobre el planeta, a su vez, nuestra capacidad de decisión sobre el futuro esté
secuestrada tanto en lo ideológico como en lo consumista.
La teoría del Decrecimiento,
sería la única forma de que la Humanidad tuviese un resquicio de esperanza, sin
embargo, si la inercia establecida sigue al son pendular del capital, se
convertirá en un teórico planteamiento que gozará del triste privilegio de
haber sido el último intento sensato e inteligente, de frenar el colapso
planetario.
Somos individuos, vivimos en sociedad, de nuestra aportación individual, esta, la sociedad, tendrá mayor o menor importancia, más o menos fuerza, para revertir los imparables procesos destructivos del capital: ayer fueron el Mar Menor, la Bahía de Portman, y tantas y tantas otras afrentas que viene sufriendo nuestra denostada y vapuleada región; hoy es Gilico, hoy es el Noroeste murciano, si hemos de luchar frente al colapso planetario, comencemos por hacerlo frente al que los verdugos de la empresa Magnetitas de Cehegín (adlátere y títere de una empresa canadiense, a quienes importa un bledo nuestra comarca y nuestro futuro), así como el Ayuntamiento de Cehegín y el gobierno regional de Murcia, amenazan con hacerlo efectivo, poniendo en marcha una masiva contaminación con metales pesados, de nuestros campos, de nuestras aguas, según anuncian a bombo y platillo, en menos de seis meses.
Santos López Giménez
No hay comentarios:
Publicar un comentario