No te rindas, así rezaba el título de una entrada que en este mismo blog escribí, pronto hará, siete años.
La maldad no tiene vergüenza, se manifiesta sin pudor alguno, lo hace cómo y cuándo considera que ha llegado el momento. Sus ejecutores, dormitan durante años sus peores intenciones, y sólo las vuelven a colocar en el primer plano de sus actos en el momento en el que se reproducen las condiciones que dejaron a un lado, sencillamente, por aburrimiento.
No dejan pasar el tiempo, permanecen agazapados a la espera de que su malvada renuencia vuelva a olfatear los olores que del miedo de su víctima fluirán para su satisfacción.
Hay una carta que juegan muy mal los agresores, no entienden que sus pertinaces actitudes, pasado el tiempo, se las ve venir en la distancia: reproducen, con fidelidad milimétrica, todos y cada uno de los gestos y palabras, así como la puesta en escena de los mismos, que en otro tiempo dispensaran a su víctima.
Nada como hacer valer la integridad personal frente a semejantes e inmundas criaturas desalmadas. Nada como tomar la única posición posible, aquella en la que el aura de los que te quieren fortalezca tus mermadas energías ante tanta insidia y maldad.
No te rindas, vuelven a ser las tres palabras que ahora recupero para, desde este etéreo espacio, manifestarte mi presencia incólume, que habrá de estar ahí, infranqueable e indestructible, a modo de faro que te permita otear en todo momento mi cercanía, mi estrecha cercanía.
Y no quiero terminar esta pequeña reseña sin acudir a otro momento plasmado en este mismo espacio, momento del que, en este caso, son poco más de diez los años que han transcurrido desde que te lo dedicase. En aquella ocasión llevó por título Para ti, Quijota. Contenía una bonita canción, de nuestro admirado Fito, que también ahora vuelvo a regalártela.
La maldad no tiene vergüenza, se manifiesta sin pudor alguno, lo hace cómo y cuándo considera que ha llegado el momento. Sus ejecutores, dormitan durante años sus peores intenciones, y sólo las vuelven a colocar en el primer plano de sus actos en el momento en el que se reproducen las condiciones que dejaron a un lado, sencillamente, por aburrimiento.
No dejan pasar el tiempo, permanecen agazapados a la espera de que su malvada renuencia vuelva a olfatear los olores que del miedo de su víctima fluirán para su satisfacción.
Hay una carta que juegan muy mal los agresores, no entienden que sus pertinaces actitudes, pasado el tiempo, se las ve venir en la distancia: reproducen, con fidelidad milimétrica, todos y cada uno de los gestos y palabras, así como la puesta en escena de los mismos, que en otro tiempo dispensaran a su víctima.
Nada como hacer valer la integridad personal frente a semejantes e inmundas criaturas desalmadas. Nada como tomar la única posición posible, aquella en la que el aura de los que te quieren fortalezca tus mermadas energías ante tanta insidia y maldad.
No te rindas, vuelven a ser las tres palabras que ahora recupero para, desde este etéreo espacio, manifestarte mi presencia incólume, que habrá de estar ahí, infranqueable e indestructible, a modo de faro que te permita otear en todo momento mi cercanía, mi estrecha cercanía.
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