Nos envuelve, es algo connatural a nuestra existencia. Sin él, con su inseparable hipocresía de la mano, nada sería igual en la vida del ser humano. En la infancia es la crueldad el modus operandi que le hace presentarse en sociedad. Con la adolescencia, se convierte en sadismo por un tiempo, y las víctimas de sus gracietas, que difícilmente pueden digerir sus embestidas, a duras penas logran mantener un equilibrio de conjunto salvando esa discontinuidad. Nos llega la primera juventud, y posiblemente estemos ante el único momento de nuestras vidas donde, seguramente, la autenticidad se manifieste por primera y, tal vez, única vez en nuestras vidas. Salimos de ella trasquilados, en su mayoría, nuestros congéneres, aprenden todo aquello que apuntalará su condición de maestros indiscutibles en las artes del cinismo de salón, el cual, se enarbola desde ese instante, para ser transportado, de por vida, allá donde nuestros pasos se dirijan.
Bajo su palio, cometemos todo tipo de aberraciones humanas,
siempre, todas ellas, perfectamente justificadas por, vete a saber qué
argumentos, pero, todas ellas asociadas a otro de sus más directos
colaboradores: el egoísmo.
La verborrea, el dar rienda suelta a la emisión de sonidos,
que pretenden ser elocuentes, que no son sino lapidarios ecos de la nada
absoluta, cuando de confraternización se trata, caracteriza a los maestros del
ramo. Nos escondemos bajo el paraguas de su inexistente humanismo, pero, como
lo llevamos de serie, al cinismo me refiero, somos las primeras víctimas de sus
enconados denuedos. De ahí que el engaño, el autoengaño, sea otro importante
elemento que engalana al protagonista de esta mañanera reflexión.
Y como no, para redondear esta artimaña, confeccionada desde
el cinismo, valga el bucle, se precisa dar el estocazo argumentar que a todas y
todos nos acompaña para no sucumbir en la plañidera cuneta del renuncio que nos
dejaría en evidencia frente a la jauría que en volandas nos conduce a todas y
todos a ninguna parte, estocazo que adjudicamos a nuestros seres queridos
haciéndolos responsables de nuestras más asquerosas caracterizaciones en
sociedad. No, cínico o cínica de las narices, no apeles a tus seres queridos
cada vez que te chorreen las palabras pringosas con las que ensucias todo
cuanto te rodea, cada vez que argumentas los resultados de tu indeseable
presencia.
Y bien, más o menos, puede valer, como producto de una
mañanera y cínica escenificación escrita, para que el mes de mayo de 2016 no
sea el primero en el que uno no deja constancia de sus impertinentes
inquietudes desde aquel 25 de mayo de 2008, que marcó el inicio de esta
singular singladura.
Santos López Giménez
Santos López Giménez
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