sábado, 30 de abril de 2016

Tancredinos, sumos sacerdotes y comodines

                                  Leo y escucho todo tipo de supuestos consejos, a modo de máximas irrefutables, sobre cómo y qué hacer para guiar los designios de la democracia en España.
                                  Se supone, hemos todos de suponer, porque si no es que no hemos entendido nada y estamos fuera de lugar, que aquello que acaba de concretarse, la imposibilidad de que se haya formado un nuevo gobierno, tras las elecciones del pasado 20 de diciembre, es culpa de todos los políticos y, por ende, de los ciudadanos que no supimos configurar un congreso en el que, ideológica y aritméticamente, las cuentas estuviesen meridianamente claras para la mencionada formación de gobierno.
                                 En semejante tesitura, a los abogados del diablo, poco o nada hay que prestarles atención. Conducirte contra corriente conlleva riesgos, y más en un país como el nuestro en el que los denominados mantras germinan por igual en todo hijo de vecino, vote a quien vote.
                                 Permítaseme, por tanto, obrar en consecuencia y manifestar mi disquisitoria interpretación de unos hechos que estaban cantados, o, en algún caso, sobrevinieron las cantadas al albur de los hechos. ¿O no estaba cantado que quien ostenta la presidencia del gobierno, y su partido, harían lo que han hecho?, es decir, nada. No tenían otra, nunca la han tenido, cuando la tuvieron, no tardaron sus interlocutores en darse cuenta del juego sucio que les acompañaba. Aquella fue una vacuna que perdura en el tiempo, que felizmente perdura en el tiempo. Sin embargo, para esta ocasión, la aritmética no andó en paralelo con la ideología, porque sí que de haber sido de otro modo, a esta hora estaría todo decidido. El tancredismo está arraigado en nuestra cultura, en el día a día, es una variante que los trepas conocen muy bien cuándo ha de ser utilizada.
                                Entre los hechos que nos han sobrevenido, a posteriori hemos detectado el cante. Dos mantras han sido suficientes para corroborar el mismo:
                                  - Nos quieren aniquilar, su propósito es fagocitarnos, son lobos con piel de cordero, gritaban hasta la extenuación los sumos sacerdotes que proclamaban el apocalipsis, mientras secuestraban la voluntad de sus bases.
                                 - De otra parte, lo que la historia les otorgó, los sacerdotales sumos se han encargado de eliminar. Que los pueblos expresen sus posiciones respecto de su futuro, era, y lo seguirá siendo cuando la estupidez del pensamiento único les deje ver sus vergüenzas, una seña de identidad que les ha acompañado mientras el miedo no anidó en ellos.
                                Por otro lado, el cante comodín era de esperar. Tanto que no parece que su análisis aporte nada relevante. Si cabe, la confirmación de que, el comodín, representa los espurios intereses de la banca; o mejor, los apuntala: los tancredinos llevan de serie esa adscripción.
                                Como cierre, a esta disquisición anunciada, qué era lo que unos u otros esperaban en relación a  aquellos para quienes los focos mediáticos dedicaron sus máximas atenciones manipuladoras. Éstos, han hecho lo que, del mismo modo, era de prever, apostar por un gobierno en el que la mayoría social estuviese a la vanguardia.
                                La situación actual era previsible y no ofrece posibilidad alguna de ser computada como un defecto democrático, bien al contrario.
                                 De ahí que, como comencé hablando de máximas irrefutables que pretenden marcar el futuro inmediato de nuestros hábitos democráticos, pido que alguien me explique que tendrían de democráticos los supuestos pactos preelectorales sobre el control de gastos en campaña, o la reducción de la misma por no sabe uno que extraña regla de tres. Si tan sabios somos los electores, habremos de saber que las campañas de los tancredinos, así como las de los sumos sacerdotes y comodines, han estado sufragadas bajo el infame paraguas del capital, y jamás ha habido transparencia que haya permitido sacar a flote toda la porquería que les ha acompañado.
                                Miserables.

Santos López Giménez

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