Hablaba Javier Del Pino, la semana pasada, en su programa A vivir que son dos días, con una chica, española ella, a quien, al parecer, se le ha otorgado un premio internacional como la mejor maestra de Infantil del mundo. La chica, en un momento dado, se lamentaba de que a la recogida del premio, que tuvo lugar en la India, no se le invitase por parte de las autoridades españolas, al menos, qué menos, que sufragando los gastos del viaje. Con lo cual, no acudió a dicho acto.
Entre risas, ya que, al margen del buen humor, que siempre ha de acompañarnos, y considerando que dicha entrevista se desarrollaba a la par que un grupo de humoristas participan, semanalmente, de A vivir que son dos días, se le preguntó si no creía ella que algunos de nuestros políticos no habrían recibido la educación adecuada, en ese momento sensible de la vida de un ser humano, como es la infancia, tomando como base las variadas perlas que Feijóo ha ido soltando en las últimas semanas, a lo que ella respondió algo así como que nada esperaba de los políticos, sonando a tono despectivo. Quiere uno pensar que la jocosidad con la que se acogió la ocurrencia formaba parte del momento distendido que se vivía en el estudio de la SER, sobre todo, porque está uno convencido de que su anfitrión, Javier Del Pino, no es precisamente alguien a quien esas ocurrencias le hagan en exceso gracia.
Es una gran pena que, incluso la persona que acaba de ser designada como mejor profesora del mundo, tenga a bien trasladar esa sensación de desconfianza que nada aporta a la salud democrática de nuestra ciudadanía, y por ende, de nuestro país. No en vano, esa significación que acaba de recibir, debería contemplar la cultura democrática como uno de los valores más importantes desde los que todo docente ha de ejercer su labor, máxime, cuando se hace en la más tierna infancia, momento en el cual, irremisiblemente, vamos captando, y forjando a la par, los importantes aspectos que habrán de modelar nuestra personalidad futura, aquella que, de adultos, nos convertirán en ciudadanos y ciudadanas respetuosas con nuestros semejantes y nuestra sociedad, o en serviles seres humanos, manipulables y amoldables por parte de desaprensivas personas que arriban a la política con intereses espurios nada solidarios.
Por tanto, la chica, que se llama Mirian Galán Marqués, si lo que quería significar era la existencia de los mismos, de los gañanes al servicio del capital, que no escatiman en sacar a pasear la verborrea, sin despeinarse, lo tenía muy fácil, pero, la rutina del absurdo, de las frases hechas, de la desfachatez intelectual, nos hace repetir, a modo de papagayos, latiguillos, millones de veces repetidos, nada inteligentes y muy dañinos socialmente.
Santos López Giménez
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