Audio Onda Cero Noroeste, 24 marzo 2021, Ley de Eutanasia
Publicaste
tus cartas desde el infierno allá por 1996. Dos años después, decidiste que tu
situación era insostenible, que tu vida debía tocar a su fin, que tu situación
física, tras sufrir un accidente 30 años antes, no te dejaba margen para una
vida digna. Hace 23 años, el 12 de enero de 1998, gracias a la ayuda de
personas que te querían y que deseaban lo mejor para ti, encontraste el final
de la pesadilla que hubiste de vivir.
Pasados unos
días, el 20 de enero, el diario El País publicaba mi primera reacción frente a
esa agridulce noticia. Lo que escribí
entonces, decía así:
Ramón Sampedro ha
muerto. La noticia me ha hecho sentir una mezcla de amargura y alegría. Durante
años, Ramón clamó a la sociedad para que se le practicase la eutanasia,
poniendo fin a lo que para él era una tortura sin sentido. Hace media hora que
he escuchado la noticia, en la que no se ha especificado, por no saberse aún,
la causa de su muerte. Sea como fuere, Ramón ha llegado donde pretendía, para
él ha terminado el suplicio de años y años encamado, deseando morir. Lo de
menos, ahora, es cómo le sobrevino la muerte. Espero y deseo que, si la
hubiere, ninguna persona sufra el peso de la injusticia que sobre esta
cuestión, en el marco del más aberrante puritanismo e hipocresía, dictamina el
Código Penal.
La lucidez que Ramón ha
demostrado, en sus intervenciones en radio, televisión y prensa escrita, está
muy por encima de la media. Ramón era un desahuciado físico, pero ni mucho
menos desde el punto de vista intelectual. Sólo unas leyes caducas han impedido
que a Ramón se le hubiese practicado, hace tiempo, la eutanasia. Nadie,
absolutamente nadie, ha podido nunca, moralmente, tachar los deseos de Ramón.
La magnitud de sus planteamientos era desbordante. La sociedad en pleno ha de
exigir a los legisladores una modificación inmediata de las leyes actuales,
humanizando una situación que permita a quien lo desee ejercer su derecho a
morir dignamente.
Eso escribí de él, de Ramón, esa fue
mi inmediata reacción. Pues bien, va para una semana que el congreso de los
diputados, sede del poder legislativo, aprobaba la ley de eutanasia con la que,
al fin, la dignidad humana en nuestro país sufre un muy importante espaldarazo
hacia la consecución del respeto que nos merecemos para con nosotros y nosotras
mismas.
De esa sesión, en la que fuese
aprobada la ley, cargada de una emoción de incalculable alcance, citar a los
enemigos acérrimos de la dignidad humana, a aquellos que la pisaron cada vez
que la Historia les puso en disposición de ello, a aquellos que proclaman su
condición de descendientes y herederos de la infamia franquista y de sus
crímenes, no es lo que habría de hacer yo ahora, pero, como este escrito
pretendía fuese un homenaje a Ramón, y Ramón no buscaba recovecos para afrontar
su situación y la trascendencia del resultado de la misma, mencionar el infame
mensaje que los neofascistas exhibieron tras aprobarse la ley, no es darle
publicidad gratuita, es tener muy presente que sus peores intenciones las
airean y proclaman con absoluta desvergüenza, y claro, conociéndolos, al leer
“la derogaremos”, que todo el grupo parlamentario exhibiera como una cruel
amenaza, un escalofrío envenenó la enorme alegría que supone esta maravillosa
consecución para con la dignidad humana.
Con esta necesaria e imprescindible
ley, se ilumina el futuro de muchos seres humanos que, atrapados en la trampa
de la burocracia, no veían la luz necesaria para que su condición de tales
seres humanos prevaleciese por encima del inhumano capricho de grupos políticos
y/o religiosos que históricamente camparon a sus anchas regodeándose con el
sufrimiento de sus congéneres.
Santos López Giménez
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