La fijación
de las Administraciones públicas por llevar a cabo desbroces y limpiezas, que
así les llaman ellos, cuando no, directamente, encauzar con hormigón, cauces de
ríos y/o acequias, es enfermiza. Viene de lejos, se implantó como el modo de
hacerse eco, para sacar partido, ante
esas opiniones, absolutamente profanas, según las cuales, la eliminación
de zarzas u otras muy diversas formas botánicas, incómodas, es necesaria porque enredan y obstaculizan el paso de seres humanos, alegando, las más de las
veces, el falaz argumento de que evitan riadas; seres humanos para quienes el
medio ambiente, a lo sumo, es un parque temático. Agradando a ese gran público
al que jamás se le educó para otra cosa que no tuviese que ver con el
consumismo y la minimización conceptual de la complejidad del medio natural.
A su vez,
cubren las expectativas de aquellos que consideran que "la educación ambiental
fue una invención de progres trasnochados, quienes, amparándose en ecologistas
bohemios y fuera de la realidad", ningún futuro le otorgaron. Por tanto, a día
de hoy, cualquier atrocidad medioambiental, sigue fuera del abanico de
posibilidades para que estas cosas pasen factura electoral. Quienes así obran,
hacen lo que ese gran público les demanda: limpieza máxima de riberas, bajo el
perverso argumento de que, a buen seguro, sólo son obstáculos, en el caso de
ramblas y ríos, y perjuicio estético, en lugares pintorescos dotados de alguna
forma de protección local, según la percepción ruin y miserable imperante, con
el añadido argumentar de que sirven de alojamiento a alimañas, refiriéndose a
determinados mamíferos y reptiles, otro término diabólico utilizado con
absoluta mala fe.
Bajo ese
manto pastoso que la historia reciente nos ha legado, el conocimiento de
nuestro entorno es fundamental no sólo para entender los procesos ecológicos
que rigen su devenir, su dinámica, también, lo más triste, su desconocimiento
ha contribuido, de qué manera, al desapego por el medio, consecuencia de esa
ignorancia, haciendo fuerte aquella máxima según la cual es imposible amar lo
que no se conoce.
En ese
marco, teniendo en cuenta los argumentos mencionados, hemos de concebir el cómo
y porqué del desaguisado que, desde el pasado mes de noviembre, se viene
ejecutando en las Fuentes del Marqués de Caravaca. La eliminación de todo
vestigio vegetal, en una de las acequias que discurren por el paraje, y que ha
seguido realizándose, sin que ningún control técnico, que tuviese en cuenta las
afecciones medioambientales que ello conlleva, lo convierten en el último gran
ejemplo, en nuestra comarca, de aquello que jamás debiera realizarse en
espacios naturales cuya evolución y desarrollo dependen de la conservación de
esas poblaciones botánicas, diversas en especies y funciones que desarrollan,
las cuales, a su vez, son garantes de las poblaciones animales que las
aprovechan para su pervivencia y su protagonismo contribuyendo al equilibrio
ecológico de estos privilegiados lugares.
Cuando
Darwin intentó comunicar a la sociedad de su tiempo las razones en las que
basaba su teoría de la evolución de las especies, utilizó como sencillo marco
escénico, en el último párrafo de su obra “El origen de las especies”, a modo
de reflexión final, un ribazo. En él, ubicaba una amplia variedad de especies
vegetales y animales, las cuales interactúan las unas con las otras dinamizando
la lucha por la vida y la consiguiente evolución de todas ellas. No hablamos ni
de un capricho ecologista, ni de una menudencia científica, hablamos de la vida
en su máxima expresión, tal como se desarrolla en el medio natural,
condicionando nuestro futuro, como seres vivos, en el gran ecosistema
planetario.
Santos López Giménez
Nota: Fotos cedidas por Caralluma
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