El asunto, para ser afrontado, ofrece multitud de enfoques. Ubicarnos directamente en las andanadas actuales de esos irresponsables políticos, es dar carta de naturaleza al origen del sinsentido actual. Cuando la ley de partidos, con el beneplácito del PSOE, se puso en marcha, la divergencia en cuanto a los aspectos jurídicos que la envolvían, por parte de los profesionales del Derecho, fue de tal magnitud, y lo ha seguido siendo, que, sólo por la mencionada divergencia, hubiese sido suficiente para derogar de inmediato la citada ley. En aquel momento, las gentes del PP atacaban dialécticamente, sin apenas margen para la distinción, al nacionalismo vasco en bloque; eran los tiempos en que, entre otros referentes que ayuden a refrescar la memoria, Julio Medem trataba de, a través del cine, dar forma a la disparidad ideológica de la sociedad vasca, al tiempo que proponía buscar puntos de encuentro que ayudasen a la definitiva pacificación: el documento cinematográfico contó con la representación política y social del conjunto de la sociedad vasca, excepto el PP, se negaron a participar. Julio Medem fue sometido a tal acoso que estuvo a punto de exiliarse, y no precisamente por culpa de los asesinos.
No es cuestión de repetir las innumerables incongruencias a las que nos tienen acostumbrados personajes como Aznar, Mayor Oreja o Rajoy, las hemerotecas y videotecas, de los últimos 15 años, están plagadas. Pero sí, conviene recordar, y no sólo a ellos, también a sus socios "constitucionalistas" del PSOE, que no hay nada más anticonstitucional que la prohibición expresa a que un ciudadano libre, sin cargo alguno ante la Justicia, pueda presentarse como candidato a unas elecciones democráticas.
Se lamentaba Garaicoetxea, el que fuese presidente del Gobierno vasco, en una entrevista en la SER, del modo en que se suele dar crédito a los papeles de los asesinos, y ninguno a la voluntad integradora y pacificadora de su actual grupo político, EA, cuando se trata de normalizar la vida política en Euskadi. Se mostraba indignado ante las arremetidas de alguien, como Aznar, cuyo pasado político, manifiestamente anticonstitucional, debería obligarle a ser mínimamente decente si lo que pretende es dar lecciones de democracia y libertades.
No hay vuelta atrás, la Paz acabará por imponer su ley en Euskadi, sólo la actitud carroñera de infames y mezquinos seres humanos continúa enmascarando un proceso imparable.
Santos López Giménez
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