Estimado señor:
La casualidad ha hecho que hace menos de una hora, usted y yo, hayamos vuelto a cruzar unas palabras. Nada anómalo, si tenemos en cuenta que usted es policía local en mi pueblo, Cehegín, y yo soy un ciudadano del mismo. La anomalía, aquello que me trae a relatar lo que sigue, viene como consecuencia de la percepción que uno ha tenido tras el mencionado cruce de palabras. En una sociedad libre, democrática, nada encorsetada en modos del pasado, la función de un policía es la de ayudar al ciudadano. Evidentemente, el policía, dadas las características de su profesión, tiene a mano una herramienta de disponibilidad inmediata que no tiene el ciudadano de a pie, como es la de formular denuncias que incluso puedan ir acompañadas de multas, todo ello, con la inmediatez citada. Grosso modo, esas son algunas de las características que acompañan su quehacer; en ningún caso, tiene usted en su mano el prohibir todo aquello que le venga en gana, y mucho menos, el hacer mofa de la reacción de un ciudadano cuando éste, libremente, sin infringir norma alguna, prefiere cerciorarse de la información que cree, aunque sea erróneamente, no ser suficiente respecto del pequeño problema suscitado.
El escenario, en el que se ha desarrollado la pequeña, para mi importante, anécdota que da pie a este comentario, se sitúa en la Plaza de la Verja de nuestro pueblo. Un amigo y quien escribe, tratábamos de llegar a casa, tras una mañana de ruta ciclista, cuando al llegar a esa altura, un compañero suyo nos indica que habíamos de girar hacia la plaza de toros, dando un giro de 180º respecto de la trayectoria que pretendíamos seguir. Todo ello, como consecuencia de la procesión católica que en esos momentos pasaba por ese lugar. Le indico a su compañero que nuestra casa está muy cerca, nos bajamos de la bici, e iniciamos la marcha a pie hacia nuestra dirección, aún sabiendo que podríamos toparnos con la procesión y, por tanto, no poder seguir. Lo malo de todo esto, ha sido su irrupción: cuando su compañero, con mucho sentido común, nos estaba dejando hacer, va usted y se acerca, he percibido que con cara de pocos amigos, pero eso entiendo que es muy subjetivo, para increparnos, o mejor, increparme a mi, ya que mi compañero tal vez por no ser de este pueblo, prudentemente, se ha detenido para ver que ocurría, y aunque yo le decía que pretendía ver si era posible pasar, puesto que la curva me lo impedía, usted ha insistido y ha echado mano de la mofa y el sarcasmo para dirigirse a mi.
Le informo, que tras dar la vuelta, y entrar por la primera bocacalle que hemos tenido a mano, hemos comprobado que lo que se veía desde nuestra posición era el final de la susodicha procesión. Por tanto, para usted ha primado más la prohibición que la información. Insisto, a usted, la sociedad, le paga para informar no para prohibir, sobre todo cuando los hechos, como el que relato, no dan pábulo a prohibición alguna. Obviamente, le hablo desde mi condición, y lo digo a boca llena, de ciudadano cívico que procuro, y creo no desviarme jamás, cumplir fielmente con todas las normativas sociales de las que nuestra sociedad se ha dotado para una convivencia cívica en la cual primen el respeto y la tolerancia.
En fin, esa ha sido la pequeña anécdota que nos ha tocado vivir, hace poco más de una hora. Antes de terminar, quisiera conectar, aunque sólo sea de pasada, lo relatado, con el artículo anual que Javier Marías escribe en El País Semanal sobre cómo las huestes católicas, por Semana Santa, se hacen dueñas de la calle e interrumpen toda actividad ciudadana con todos los recursos sociales a su servicio. Javier Marías, suele terminar su artículo reflexionando sobre qué ocurriría si cualquier otra Asociación, que no fuese la Iglesia, tratase de controlar por una semana toda una ciudad, él suele hablar del centro de Madrid, teniendo a su servicio todos los recursos humanos del Ayuntamiento, el cual se nutre, económicamente, y ha de estar a disposición, de católicos y no católicos.(http://www.elpais.com/articulo/portada/Botellon/encapuchados/elpeputec/20060430elpepspor_5/Tes)
Santos López Giménez
La casualidad ha hecho que hace menos de una hora, usted y yo, hayamos vuelto a cruzar unas palabras. Nada anómalo, si tenemos en cuenta que usted es policía local en mi pueblo, Cehegín, y yo soy un ciudadano del mismo. La anomalía, aquello que me trae a relatar lo que sigue, viene como consecuencia de la percepción que uno ha tenido tras el mencionado cruce de palabras. En una sociedad libre, democrática, nada encorsetada en modos del pasado, la función de un policía es la de ayudar al ciudadano. Evidentemente, el policía, dadas las características de su profesión, tiene a mano una herramienta de disponibilidad inmediata que no tiene el ciudadano de a pie, como es la de formular denuncias que incluso puedan ir acompañadas de multas, todo ello, con la inmediatez citada. Grosso modo, esas son algunas de las características que acompañan su quehacer; en ningún caso, tiene usted en su mano el prohibir todo aquello que le venga en gana, y mucho menos, el hacer mofa de la reacción de un ciudadano cuando éste, libremente, sin infringir norma alguna, prefiere cerciorarse de la información que cree, aunque sea erróneamente, no ser suficiente respecto del pequeño problema suscitado.
El escenario, en el que se ha desarrollado la pequeña, para mi importante, anécdota que da pie a este comentario, se sitúa en la Plaza de la Verja de nuestro pueblo. Un amigo y quien escribe, tratábamos de llegar a casa, tras una mañana de ruta ciclista, cuando al llegar a esa altura, un compañero suyo nos indica que habíamos de girar hacia la plaza de toros, dando un giro de 180º respecto de la trayectoria que pretendíamos seguir. Todo ello, como consecuencia de la procesión católica que en esos momentos pasaba por ese lugar. Le indico a su compañero que nuestra casa está muy cerca, nos bajamos de la bici, e iniciamos la marcha a pie hacia nuestra dirección, aún sabiendo que podríamos toparnos con la procesión y, por tanto, no poder seguir. Lo malo de todo esto, ha sido su irrupción: cuando su compañero, con mucho sentido común, nos estaba dejando hacer, va usted y se acerca, he percibido que con cara de pocos amigos, pero eso entiendo que es muy subjetivo, para increparnos, o mejor, increparme a mi, ya que mi compañero tal vez por no ser de este pueblo, prudentemente, se ha detenido para ver que ocurría, y aunque yo le decía que pretendía ver si era posible pasar, puesto que la curva me lo impedía, usted ha insistido y ha echado mano de la mofa y el sarcasmo para dirigirse a mi.
Le informo, que tras dar la vuelta, y entrar por la primera bocacalle que hemos tenido a mano, hemos comprobado que lo que se veía desde nuestra posición era el final de la susodicha procesión. Por tanto, para usted ha primado más la prohibición que la información. Insisto, a usted, la sociedad, le paga para informar no para prohibir, sobre todo cuando los hechos, como el que relato, no dan pábulo a prohibición alguna. Obviamente, le hablo desde mi condición, y lo digo a boca llena, de ciudadano cívico que procuro, y creo no desviarme jamás, cumplir fielmente con todas las normativas sociales de las que nuestra sociedad se ha dotado para una convivencia cívica en la cual primen el respeto y la tolerancia.
En fin, esa ha sido la pequeña anécdota que nos ha tocado vivir, hace poco más de una hora. Antes de terminar, quisiera conectar, aunque sólo sea de pasada, lo relatado, con el artículo anual que Javier Marías escribe en El País Semanal sobre cómo las huestes católicas, por Semana Santa, se hacen dueñas de la calle e interrumpen toda actividad ciudadana con todos los recursos sociales a su servicio. Javier Marías, suele terminar su artículo reflexionando sobre qué ocurriría si cualquier otra Asociación, que no fuese la Iglesia, tratase de controlar por una semana toda una ciudad, él suele hablar del centro de Madrid, teniendo a su servicio todos los recursos humanos del Ayuntamiento, el cual se nutre, económicamente, y ha de estar a disposición, de católicos y no católicos.(http://www.elpais.com/articulo/portada/Botellon/encapuchados/elpeputec/20060430elpepspor_5/Tes)
Santos López Giménez
Sitios donde se ha publicado:
http://murciaconfidencial.blogspot.com/2010/03/carta-abierta-un-policia-local-de.html
http://carris.wordpress.com/2010/03/28/carta-abierta-a-un-policia-local-de-cehegin-santos-lopez/
http://informacionalhamaindependiente.blogspot.com/2010/03/los-inconvenientes-de-la-semana-santa.html
Nota del autor, post-publicación:
He recibido varios correos privados, y algún comentario en foros públicos, sobre este asunto, a cuyos autores invité a trasladarles dichos comentarios a esta entrada, han desestimado la invitación.
6 comentarios:
Perdón por mi intromisión, pero no he entendido absolutamente nada. Supongo que los agentes estarían en ese lugar, no por capricho, no por deseo propio, sino cumpliendo con su trabajo, cumpliendo un mandato, el de cortar los accesos de una calle para que se desarrolle una procesión. No creo que sea el agente el que haya tenido la iniciativa de organizar ese acto, ni habrá sido el promotor.
Un abrazo.
Santos no desfallezcas aunque sean una lucha tan desigual, recuerda a David contra Goliat.
Hay personas que se creen superiores ha otras con uniformes o sin ellos y que casi siempre son muy cortitos de mente que solucionan su incultura con la “fuerza bruta”, lo que ocurre más a menudo es que se quedan con el culo al aire cuando estas cosas son expuestas con luz y taquígrafos al ciudadano de a pie cosa que en otros tiempos no se podía ni decir.
Saludos, Ana.
Hola Santos,
Comparto plenamente tu opinión, ya que dada mi aficción al deporte me he encontrado en situaciones similares en alguna que otra ocasión...no parece que el significado real de la palabra "autoridad" sea el que ellos acaban aplicando, pues al contrario que el "poder", la "autoridad" por definición es la capacidad de conseguir que la gente haga voulntariamente lo que uno quiere debido a su influencia personal, y no debido a la coacción o a la fuerza que su posición le otorga...
Y sobre los anónimos a esta carta, tan sólo decirte que el que no dice su nombre al opinar, ¿no será porque se averguenza de sus propias creencias y no se atreve a publicarlo?...
Un saludo,
Juan Hernández
Gracias Ana, gracias Juan, muchas gracias a ambos.
Conté, sin más apasionamiento que el derivado de la indignación que me produjo ese señor con su sarcasmo, lo que ocurrió el pasado domingo. Sólo apelo a tres valores humanos: humildad, respeto y tolerancia, no hay más, amigos, con esos tres ingredientes no hay sociedad incapaz de avanzar.
En los diferentes foros donde se sigue debatiendo este asunto, incluidos los correos que no publico por no desearlo sus autores, se hacen matizaciones varias. Insisto, nada ilegal en la actuación del policía, nada ilegal ni en mis movimientos ni en mis respuestas al policía, en éste, como en tantos otros asuntos de nuestra inmediata cotidianidad, se trata de tratarnos, unos a otros, con respeto, uno se harta de recibir improperios de parte de todo tipo de personas y en todo tipo de ámbito. Lo peor, Ana, Juan, es la implícita aceptación de una mayoría. He vivido clamorosos casos de acoso moral en los que personas a las que respeto y me respetan echaban mano de todo tipo de recursos lingüísticos para minimizar comportamientos deplorables de personas que actuaban con manifiesta malicia. Hemos de reaccionar, no debemos dejar pasar ni una, son demasiadas las personas que en silencio sufren lo indecible por este tipo de situaciones. Un abrazo a ambos.
Amigo Santos,¿Que te tengo dicho?, ¿No te he recomendado multitud de veces que te cuides el corazón que ya tenemos una edad delicada?. ¿porque no me haces caso?. Eres un desobediente.
Ahora en serio. En multitud de ocasiones hay que ponerse en el lugar del otro, debes suponer que ese policia está trabajando un Domingo mientras el resto de los mortales está pasandoselo bien; y puede que su mujer le haya echado una bronca porque ella tenía ganas de salir de procesión y no puede porque este pobre hombre tiene que trabajar. También debes de comprenderlos porque normalmente tienen poca preparación y menos sueldo, y suelen ser muy cuadriculados.
Con respecto a lo de Javier Marias, te he de decir que este si que me parece un impresentable. Yo a este individuo no lo conozco, debe ser famosisimo en su casa a la hora de comer. Pero de todas maneras si escribe asiduamente en un periodico se le supone mas cultura que a nuestro sufrido policia y que salte con estas patochadas de las molestias de la Semana Santa, me producen cuando menos risa.
Yo, ateo confeso tampoco soy fan de las procesiones, de igual modo que detesto el futbol, los toros, y las manifestaciones del 1 de Mayo donde se autocalifican de trabajadores los mas perros de cada pueblo y de cada barrio, pero reconozco que hay gente que vive con devoción cada acontecimiento comentado, y como se, que yo no soy unico habitante de este planeta no se me ocurre decir que prohiban nada de esto.
En esto creo que radica la tolerancia en dejar hacer al prójimo lo que le parezca aun a costa de fastidiarse uno un poco; porque puestos a no aguantar nada; ¿porque tengo yo que oir todos los dias en las noticias de como van los equipos de 11 cipotones que van detras de un balon para meterlo en un cuadrico que tienen enfrente?.
Un saludo Ricardo.
Pd: por lo que deduzco de tus escritos esta semana no has estado de procesiones.
Hola Ricardo:
Me alegra verte de nuevo comentando estos asuntos. He de decirte, respecto de tu primera sugerencia, que, sin duda, peor sería para mi salud si no fuese capaz de reaccionar ante andanadas como la que sufrí el día de marras. Es verdad que ante determinadas reacciones, de personas que se ven reflejadas en mis escritos, en ocasiones, uno piensa si no será peor el remedio que la enfermedad, porque las amenazas e intimidaciones, a veces, te dan que pensar. No obstante, Ricardo, seguiré en esta misma línea: vivir es arriesgar, nunca hincar la rodilla, y hay que vivir con todos los riesgos a cuestas. Dicho todo lo cual, amigo Ricardo, yo te haría una última reflexión, tomando como ejemplo la violencia de género: parece ser que se están dando pasos, si no agigantados, al menos si pequeños pero incesantes, ¿crees tú que si no se hubiese desatado toda la conciencia social, incluyendo las denuncias judiciales y públicas por parte de las víctimas, durante los últimos años, que se habría avanzado algo?.
Ricardo, el peor de los sufrimientos es el que se ha de vivir en silencio, por miedo.
Un abrazo.
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