sábado, 16 de octubre de 2021

La homofobia, ese lastre

 

Audio Onda Cero Noroeste, 13 octubre 2021

“En la época de Franco en España no habían homosexuales”, me dijo el chico; “vaya, qué cosas, y ¿por qué razón eso que dices era así?”, le dije yo, “porque los mataban”, fue su lacónica respuesta. No me preocupaba la literalidad de lo que el chico exponía, al fin y al cabo, era lo de menos. Más allá de su tergiversación, me preocupaba que un chaval de 13 años articulase semejante información. Tras seguir indagando en su parecer,  soltó una nueva perla, al decir que los homosexuales no eran personas normales, que los odiaba: solo balbuceó, dudando, al comentarle que si creía que él y yo éramos normales, que qué era aquello que nos diferenciaba, y por supuesto, que qué le movía al odio. Algún resorte debió disparársele ya que, de inmediato, optó por reconocer que tenía una amiga, una novia, añadió, que en algo le estaba influyendo para que esas perversas ideas suyas no le persiguiesen. Le mostré mi satisfacción y le di la enhorabuena por la existencia de esa persona cuya influencia, qué duda cabe, era lo mejor que podría pasarle en este momento de su vida.

Por la tarde de ese mismo día, leo la noticia de que, en Murcia, en el Hospital Reina Sofía, tras una consulta en Ginecología, a una chica de 19 años, le diagnostican, según rezaba el informe médico: “Enfermedad actual: homosexualidad”.

Y claro, en ocasiones, hechos casuales, que se solapan en el tiempo, disparan tu atención por un asunto del que, muchas veces, sueles prescindir para no convertirlo en una obsesión, intentando dejar correr la influencia de indignación y rabia que te generan, con la ingenua idea de que se traten de hechos puntuales, censurables, pero que, individualmente, estos, u otros similares, se habrán de resolver.

Ojalá fuera así, me temo que no, que de un tiempo a esta parte, todo aquello que la sociedad había logrado, con el pleno reconocimiento de la igualdad de derechos y deberes de la ciudadanía, al margen de la condición sexual de cada cual, y que bien parecía que no solo era algo sustentado por ley, sino asumido plenamente en el ámbito social, pudiera estar sufriendo un retroceso alarmante, nada casual.

Sin embargo, ni la absurda noticia de ese diagnóstico surreal, infame, dictado desde un centro público de Salud, desde las dependencias de un hospital, ni la reflexión irracional de un chico de 13 años, son, ni de lejos, tan corrosivas y dañinas como lo son la condescendencia, complacencia y comprensión que una parte de la sociedad muestra hacia la homofobia endémica e intrínseca de familiares y amigos frente a la homosexualidad de alguna persona del entorno próximo. Las dos situaciones expuestas, en el mejor de los casos, pueden revertir los acontecimientos, a modo de antídotos, cuya reacción otorgue una onda expansiva que favorezca el rechazo social de las mismas y la puesta en marcha de medidas cognitivas capaces de frenar semejantes hechos. En tanto que, esa aceptación resignada del poso homofóbico social, nos sitúa ante una más de las cuitas no resueltas que el paso generacional, como fruta madura, habrá de resolver, siempre que no sea lastrado por las siguientes generaciones.

Y de ese potencial lastre generacional, si una responsabilidad hemos de inferir, todo apunta, al discurso rancio y retrógrado, al que se le suele tildar de odio, implantado por facciones extremas de la derecha socio-política, que, para nuestra desgracia social, concita buena parte de la misma y no deja de crecer.

 Santos López Giménez 

 

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