Audio Onda Cero Noroeste, 21 abril 2021
Milena Rodríguez, profesora titular de Literatura
Hispanoamericana, ha denunciado
ante la Universidad de Granada (UGR) supuesto acoso laboral en
su departamento de Literatura Española, lo que le estaría limitando -a su
juicio- la promoción profesional y académica, algo que niega la institución.
Leí esta noticia el pasado domingo, en el Diario Granada Hoy. A raíz de la misma, decidí dedicar mi opinión, en Onda Cero, para hablar de los acosadores, de esas infames criaturas de las que poco se habla, lo normal es hablar de sus víctimas: los acosadores, suelen tener el respaldo de la entidad que los cobija; la sociedad, en buena medida, es cómplice de sus hazañas, en demasiadas ocasiones, se les jalea y admira.
Su ensañamiento, producto de una personalidad
hostil, cuando percibe una atmósfera limpia alrededor de su víctima, pone en
marcha artilugios neuronales, sacando de su chistera la primera argucia
miserable que se le ponga a tiro para tratar de humillarla.
Como pez en el agua, desarrollan su incompetencia,
así se explican sus bravuconadas, velando para que su ineptitud no sea
manifiesta.
Sólo así, se explica que, cuando alguien trata de
dar una salida digna a su situación, respecto de sus andanadas, para el
acosador, no es sino un mal ejemplo del que ha de dar cuenta, combinando bravuconería e intento de humillar, por el
simple placer de sentirse ellos mismos.
Execrable habilidad la suya: desde posiciones
laborales que no merecen, implantan un clima de miedo a su alrededor,
juegan con los más sensibles valores de sus víctimas, incluidas, en muchas
ocasiones, sus necesidades básicas.
Espido Freire,
en su libro "Los malos del cuento. Cómo sobrevivir entre personas
tóxicas", ponía de manifiesto un hecho irrefutable: quien más, quien menos, todos hemos desarrollado ese papel en alguna ocasión,
la bondad absoluta no existe, y, mira por donde, esa es su premisa, la de
nuestro protagonista, esa su motivación para velar a tiempo completo por sus
intereses.
No saben conjugar el verbo empatizar, el lenguaje es
a su espíritu como el agua al aceite, la significación de sus enunciados nada
tiene que ver con la interiorización de los mismos, como aquellos charlatanes
de antaño, que igual te vendían un peine que un costurero, así, su verborrea
vuelca toneladas de términos con tal de perpetuar su indigna presencia allí
donde sus víctimas se postran ante él.
El
miedo y la mentira, sus armas:
nada importan las consecuencias, con tal de salvaguardar sus usurpados galones,
van dando muestras fehacientes, de cómo las gastan, amedrentan a plena luz del
día a personas susceptibles de descubrir su falaz posición. En cierta ocasión,
una de sus víctimas, me confesó que sus mafiosos métodos la bloquearon, me
habló en términos de perdón divino para desmarcarse de tan desagradable
presencia en su vida.
La mentira, la
utilizan a diario, no pueden vivir sin ella, no en vano, su holografía se
desmembraría de bajar la guardia, de ahí que la tengan siempre a mano, presta y
dispuesta para utilizarla a toda hora.
Son una lacra social, generan sufrimientos
gratuitos, sus empresas, los estamentos que los acogen, rara vez toman medidas
contra ellos: no nos queda otra, somos mayoría, hemos de estar ahora y siempre
junto a las víctimas.
Santos López Giménez
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