Declaraba Barack Obama, a raíz de los últimos resultados electorales en Estados Unidos, que la clave de la derrota Demócrata radicaba en que habían olvidado a la clase media norteamericana. En esa declaración, no mencionaba la universalización del sistema de salud de Norteamérica, ni los esfuerzos gubernamentales en la puesta en marcha de programas sociales, todo ello en beneficio de las clases más necesitadas. El sucinto panorama reflejado, me lleva a plantearme dos incógnitas: por un lado, ¿la fuerza ideológica es realmente importante en el Obama que creíamos conocer?, de otra parte, ¿la población, la ciudadanía, no sólo la norteamericana, qué entiende por solidaridad?.
Analistas políticos de todo el planeta vienen elucubrando en torno a la citada derrota; los resultados, casi siempre, suelen tener un denominador común, suelen coincidir en la necesidad de que Obama y su Gobierno han de dar un giro a un espacio inexistente, el centro, lugar común del ideario de la derecha mundial, cuando se trata de reconducir a veleidosos ciudadanos de la mencionada clase media.
El Gobierno español, con su presidente a la cabeza, hace algún tiempo que entendió que ese lugar común, inexistente, pero muy socorrido cuando las ideas brillan por su ausencia, habría de convertirse en su refugio desde el que tratar de capear el negro chaparrón electoral, que, según las encuestas, se le viene encima.
En el tránsito que acabo de realizar, de Estados Unidos a España, de Obama a Zapatero, creo hallar algunas de las claves de las incógnitas planteadas. La fuerza ideológica se queda en mantillas cuando el electoralismo sale a relucir. En cuanto a la percepción de conceptos, como el de solidaridad, la deriva sociológica mundial hace tiempo que los aparcó habiendo quedado desvirtuados por una elemental falta de algo tan saludable como es la pedagogía social, cuya ejecución ha de realizarse por aquellas personas cuya ascendencia, intelectual y/o política, sea lo suficientemente importante como para hacer llegar mensajes a la ciudadanía que contribuyan a un incremento del civismo, que a su vez genere una cultura solidaria que no apele a la misericordia sino a la plasmación de programas sociales en beneficio de los más necesitados miembros de nuestra sociedad; lo cual, obviamente, precisa de la comprensión de esas clases medias a las que, según Obama, había defraudado.
Sin embargo, ocurre que, desde las propias filas, desde la militancia de base, del partido que da cobertura al Gobierno español, me llegan ecos en el sentido de que no es bueno tratar de difundir mensaje alguno, a la ciudadanía, porque entre adultos no precisamos que se invada nuestra libertad en la búsqueda de información. De ser así, no hubiese sido necesario emplear tanto tiempo en difundir algo tan elemental como el derecho de nuestros conciudadanos para dar digna sepultura a sus familiares, víctimas del genocidio franquista; sin considerar que, de todo ese tiempo, hubo un lapsus enorme, de casi veinte años, durante el cual ni se hablaba del asunto.
Pero, con todo, donde acabamos de tocar fondo, en relación con el Gobierno de España, es en la suspensión de los trámites parlamentarios de la Ley de Libertad Religiosa, o lo que es lo mismo, la suspensión, sine die, de la laicidad de nuestro país. Es el colmo de los despropósitos, una bofetada más para las minorías, y un insulto a la inteligencia de todos, incluida la supuesta mayoría católica.
Tengo la militancia política, de dos años para acá, en el PSOE; anhelo, desde hace más de treinta años, que el país donde vivo, y que me vio nacer, deje de ser una marioneta de la jerarquía eclesiástica; que nuestros sucesivos gobiernos, no tuviesen que claudicar, año tras año, a los caprichos de una entidad privada que condiciona al conjunto de la sociedad española; que el aporte económico del Estado, para esa entidad privada, no constituyese una sangría, ni un agravio, frente al resto de asociaciones o entidades de toda índole social; he anhelado el fin de tantas circunstancias, derivadas del carácter confesional de nuestro Estado, que, a día de hoy, me planteo, muy seriamente, si merece la pena seguir militando en un partido, como el PSOE, que volverá a consentir, perpetuando, la indignidad histórica de dar continuidad al carácter confesional, oficioso, de España.
Santos López Giménez
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