Caravaca: La cruz del fascismo español, la cruz de la Guerra Santa contra ‘los moros’. Pasado y presente
Durante la dictadura, el régimen fusionó ritos católicos con propaganda política, usando cruces como la de Caravaca para legitimar la Guerra Civil como ‘cruzada’ por Dios y España.
Por Lucio Martínez Pereda | 28/12/2025
El Pasado
La Cruz de Caravaca no es únicamente una inocente cruz patriarcal de doble travesaño, venerada en Caravaca de la Cruz (Murcia) desde el siglo XIII. Su aparición milagrosa se vincula a la conversión de un noble musulmán: el milagro sirvió como símbolo para estimular el ánimo guerrero de la reconquista cristiana en la frontera con Granada. La Iglesia le concedió al símbolo culto de latría relativa en 1736.
Durante la dictadura, el régimen fusionó ritos católicos con propaganda política, usando cruces como la de Caravaca para legitimar la Guerra Civil como “cruzada” por Dios y España. En la extensa liturgia patriótico religiosa del franquismo, la Cruz de Caravaca ocupa un lugar singular, a medio camino entre la devoción popular y la manipulación política. Si el nacionalcatolicismo fue el cemento espiritual del régimen, la cruz- no cualquier cruz, sino aquella que la tradición presentaba aparecida milagrosamente en la frontera de la cristiandad- se convirtió en emblema de una España que el fascismo pretendía redimir a través de la fe.
El relato fundacional de la Cruz de Caravaca, con sus ángeles que restituyen a la cristiandad el signo de la salvación sobre tierra musulmana, ofrecía al discurso franquista un modelo providencial perfecto: el de una nación elegida, combatiente y mística. En la retórica del régimen, se evocaba constantemente la continuidad entre aquella frontera medieval y la nueva “Cruzada” de 1936. Caravaca, en ese sentido, se transfiguró en un escenario de legitimidad histórica: la guerra, como la cruz, se justificaba por su sacralidad. Las cruces, como la de Caravaca, se multiplicaron en los pueblos, en las escuelas, en los cuarteles. No eran ya el signo de una devoción local, sino el recordatorio visual de una teología política que confundía patria y altar.
La Cruz de Caravaca, reliquia fronteriza y milagrosa, sirvió para naturalizar la idea de una España sitiada, siempre en riesgo de profanación, llamada una y otra vez a defender lo sagrado frente al enemigo “antiespañol”. En esta resignificación fascista de la cruz se condensaba la pretensión de Franco de refundir la historia en mito, la fe en identidad nacional, y la violencia en sacrificio. Esta reliquia- lo mismo que otras- se convertía, así, en testimonio de una guerra santa permanente que el franquismo necesitaba mantener viva para justificar su existencia.
El Presente
La reactivación contemporánea del interés por las Cruces de Caravaca no puede entenderse al margen de una común cultura política que la une con los mensajes xenófobos y anti islámicos de la ultraderecha española. Ambos fenómenos participan de un mismo imaginario: el de una nación en peligro, asediada por un enemigo exterior . La xenofobia ultraderechista actual no se alimenta sólo del miedo. Cuando Vox describe la inmigración como invasión, cuando reformula la diferencia como amenaza, trabaja sobre el viejo sedimento del nacional catolicismo. La Cruz de Caravaca, encuentra así un inesperado eco actual : el de la memoria simbólica de la Reconquista resucitada como consigna patriótica.

