Una semana atrás escribí 25 palabras, pero quedaron aparcadas en el escritorio:
“Inconscientemente, sucumbió a sus asechanzas. Cuando, antes de partir, se miró al espejo, la sombra se materializó: la misma que le persiguió todo el día”.
Infinitamente más allá de puntuales neuras, lo vivido, constituye toda una demostración de que los sentimientos positivos no se ahogan en sí mismos, dejan fértiles lodos que el tiempo se encarga de habilitar.
El modo mediante el cual portamos nuestra biografía, dice mucho de cada uno de nosotros. Portar, que no gestionar, esa es otra cuestión, no precisamos gestionarla, está y es suficiente. En ella se hallan buena parte de las claves de lo que somos en cada momento, pero sólo eso. Por ello, y como quiera que los seres humanos que la acompañan contribuyeron en su modelado, 25 años después de que se cerrase una de las etapas más apasionantes de mi existencia, me congratulo de haber sido partícipe de aquella aventura, individual en lo fundamental, que colmó hermosas expectativas humanas colectivas cuya conmemoración, celebrada el pasado 17 de septiembre, ha dado pie a esta pequeña reflexión.
Santos López Giménez
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