miércoles, 12 de enero de 2022

Laicismo

 Audio Onda Cero, 12 enero 2022

                                    Allá por el año 1997, momento en el que el mayor de mis hijos era escolarizado en un centro de educación infantil y primaria, tras comprobar que el proyecto educativo del mismo, contemplaba su carácter confesional católico, presenté una denuncia ante la oficina del defensor del pueblo, frente al desafuero que suponía esa  ilegalidad manifiesta, alejada del carácter laico que define a nuestro país. Denuncia que, a la postre, fue tenida en cuenta y la dirección del colegio recibiría un par de meses después una notificación en la que se le obligaba a retirar la mencionada declaración institucional contemplada en el proyecto educativo de centro.  

   

                                    No sólo mi posición se trató de ningunear, sino que, progresivamente, conforme los acontecimientos fueron derivando hacia la resolución final comentada, los insultos e infamias hacia mi persona fueron in crescendo.

 

                                   Toda una paradoja: impropia de personas cuyo ideario se les supone cargado de valores como el respeto y la convivencia pacífica y plural; propia, de una sociedad oscura, cuya formación democrática era, y sigue siendo, prácticamente nula. No se entiende qué significa aquello de la laicidad, se asocia a contubernios demoniacos y demás zarandajas. Obviamente, si consideramos que algunos de los representantes y portavoces eclesiásticos han llegado a hablar de corriente terrorista, para referirse al laicismo, qué podemos esperar de su feligresía, acostumbrada a recibir sin crítica alguna cada una de las insensateces que les suelen transmitir desde los púlpitos.

 

                                  Tuve ocasión, años atrás, de escuchar a Juan José Tamayo, teólogo, secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, en una conferencia que diese en Murcia cuyo título fue  El cristianismo, religión laica”.       Toda una oda a la Libertad, en la que desentrañó conceptos que se deberían dar a conocer desde primaria; analizó la figura de Jesús de Nazaret, judío laico sobre el cual se levantó el Cristianismo; siguió la estela de los primeros siglos del Cristianismo, trasladando a nuestros días el espíritu de sus raíces, momento en el que, para los cristianos de primera hora, el laicismo era su tabla de salvación frente a la agresiva reacción del poder imperial que aniquilaba toda posibilidad de desmarcarse de los dogmas que caracterizaban a aquel momento de la Historia.

 

                               Nada que ver con el monolítico posicionamiento de la jerarquía eclesiástica; ésta, frente al carácter íntimo de la religión a la que representa, se empeña en acaudillar a una sociedad, incapaz de reaccionar, que trata de huir del adoctrinamiento, del dogmatismo, pero que sólo es capaz de asumir manipulados, e intencionados, mensajes, que hacen inviable el anhelado logro constitucional. Tan sencillo como que, después de 40 años, nosotros, nuestra sociedad, la sociedad española, hemos sido incapaces de exigir, con la contundencia que merece, al gobierno del Estado, como detentor y representante de la soberanía popular y a las jerarquías de las confesiones religiosas, especialmente a la de la Iglesia Católica, que asuman responsablemente el espíritu de la Constitución, la cual, en su Art. 16 párrafo 3, afirma que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”, y aboga por el establecimiento de un espacio laico y de diálogo.

                                 Me llama gratamente la atención que hayan de ser cristianos de base quienes con más ahínco, con denodado esfuerzo, lleven años intentando que esa circunstancia, la concreción de un marco de libertad, desde el cual todas las confesiones religiosas no encuentren agravios comparativos en su presencia social, se convierta, de una vez por todas, en un hecho irrefutable. En nuestra región, la ciudadanía que se posiciona frente a semejante desaguisado, se encuentra situada en las antípodas de la mayoría de ciudadanos y ciudadanas, de los que uno tiene serias dudas sobre su condición de seres humanos libres, con espíritu crítico, capaces de apostar por mejorar, en el día a día, aquellos aspectos fundamentales, situados en la base de la convivencia, a través del respeto, el civismo y la solidaridad.   


Santos López Giménez




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