domingo, 30 de junio de 2019

Pasa la vida


                                Las estaciones se han ido sucediendo, y con ellas, las formas de vida las han caracterizado: de final de septiembre, cuando el otoño quería hacer acto de presencia, hasta llegar a final de junio, momento en el que el verano se ha manifestado con su peor cara, al menos, para seres tan frágiles como los humanos. Los mismos que, incapaces de reaccionar a su continuada agresión al medio, no sabemos ser lo que somos: seres vivos, que nos quejamos frente a la nada más absoluta de lo inclemente que es el clima para con nuestra existencia.
                                La vida sigue su curso, las especies sobreviven y tratan de que esa sucesión estacional permita ser identificada mediante las señas de identidad que aún, las generaciones actuales, a duras penas, hemos podido llegar a conocer tal como por siglos se fueron manifestando.
                                El deterioro no ha sido cosa de ayer para hoy, pero las consecuencias más espectaculares, y nada saludables para la Natura, incluido el ser humano, se van concretando de hoy para mañana. Nuestra necedad no tiene parangón en el marco de la biodiversidad planetaria. Ni mucho ni poco, nada: los seres vivos que pueblan el planeta han ajustado su existencia a la permanente acomodación a las circunstancias sobrevenidas. Los desequilibrios que el hombre ha generado al resto de seres vivos, los han sorteado del mismo modo que sortearon todos y cada uno de los aconteceres de millones de años por los que la gran Historia de la vida sobre el planeta se fue fraguando. Al tiempo que las especies encontraban su lugar en la natura, se desenvolvían condicionadas por sus diversas interacciones, entre ellas y con el medio, el ser humano sacaba el peor partido de sí mismo y convertía su inteligencia en la peor arma arrojadiza que la vida haya podido generar y soportar.
                              Desde ese estrecho margen para la esperanza, a un rincón extremeño, desconocido para el gran público, donde las aglomeraciones humanas, aquellas invasoras mediante el turismo de masas, no han desplegado aún sus garras devastadoras, a este recóndito lugar, pleno de vivacidad, vine a parar el pasado 21 de septiembre de 2018, y hago las maletas en la tarde del 30 de junio de 2019. No es definitivo el adiós, en la primera semana de septiembre habré de retornar para zanjar aspectos importantes de la labor profesional desarrollada. Pero, a partir de ahí, el futuro inmediato, sí que se vislumbra como una incógnita indescifrable.
                            Pero, esa será otra historia. Ahora, a esta hora de la muy calurosa tarde de junio, huelga decir que mi mente está anclada en lo vivido y en las personas que me han ayudado y acompañado en la labor profesional desempeñada y en el no menos importante apoyo moral recibido, aunque a veces fuese en la distancia. Y con la modestia de un escrito que sale del alma y se queda cercano y etéreo, me permito significar a las pocas, pero muy generosas personas, que tuvieron a bien, viajando por más de seis horas, acercarse a visitar mi refugio siberiano y el entorno vital que me ha rodeado durante este grato periplo.

Santos López Giménez

Nota: "refugio siberiano", relativo a la comarca de La Siberia extremeña.

Al fondo, Herrera del Duque

Guadalupe

Helechosa de los Montes

Peloche

Paraje de la Consolación, Herrera del Duque

La Consolación, Herrera del Duque

Museo de la miel, Fuenlabrada de los Montes

Embalse del Cíjara

Dehesa próxima a Herrera del Duque

Biblioteca, IES Benazaire

Salón de Actos, IES Benazaire