lunes, 30 de julio de 2018

La Hidra de la Transición

Demasiadas circunstancias como para pensar que sólo son producto de la casualidad. El momento actual de nuestro país, comporta variadas y prolijas situaciones que cuesta mucho digerir sin que la indignación social se dispare como un resorte. No haré de portavoz de nadie, es seguro que, de todas ellas,  habrán personas indignadas con unos y no con otros de los hechos, la generalización, como de costumbre, sólo es latiguillo de los malos políticos, de las malas políticas. Sea como fuere, hablaré por mí, que cada cual juzgue en consecuencia.

A las sentencias judiciales, que hacen saltar alarmas por doquier, y que en el siguiente párrafo referiré, hay que añadir, decisiones judiciales que generan desconcierto no sólo aquí en España, sino que, algunos y nada sospechosos, de su ecuanimidad democrática, países europeos, también muestran con perplejidad su discrepancia respecto de ese absurdo juego de palabras que los manipuladores políticos vienen fomentando, me refiero a aquello de "presos políticos-políticos presos". El paso del tiempo, está convirtiendo el chascarrillo en una bomba de relojería que nos estallará a todas en pleno rostro. Claro que hay políticos presos, también los hay fontaneros, y maestras, y enfermeros, enfermeras, médicos, claro que hay un elenco de todas y cada una de las profesiones que imaginar podamos en prisión; y claro que todas ellas cometieron algún delito. Pero, esas otras personas a las que me refiero, son presos políticos; y lo son, no porque entre tú y yo exista una disyuntiva ideológica que nos haga plantear ese enigmático posicionamiento desde posiciones distintas, sino porque en su análisis, esas personas, no cometieron mayor delito que el resto de los, aproximadamente, dos millones de personas que piensan y obran en la misma dirección que aquellas que están encarceladas. Buscad cuantas razones oscuras deseéis para justificar lo injustificable, pero, a un conflicto sociopolítico le ha de corresponder una solución sociopolítica, nunca judicial.

Siendo muy graves estas circunstancias antes expuestas, no lo son menos esas sentencias judiciales que dejan en libertad a desgraciados energúmenos capaces de cometer una aberrante violación a una indefensa chica; sentencias que encarcelan a personas contraviniendo la libertad de expresión; sentencias que llevan a la cárcel a una chica por aferrarse con uñas y dientes a sus hijos, mientras la custodia pasa a ser del supuesto maltratador que queda impune. Y lo que es peor, la sensación generalizada de miedo que unas leyes, hechas adrede, con la única intención de amedrentar, y que no hacen sino mantener a raya a una población de por sí condescendiente y sumisa.

Y qué decir de las sucesivas trabas burocráticas que los familiares de los miles de desaparecidos encuentran para tratar de dar una ubicación digna a los restos de sus seres queridos. No olvidemos que tenemos la deshonra de ser el segundo país del mundo con más personas desaparecidas, tras un trauma histórico genocida, siendo el primero Camboya.

Y es en ese mismo marco histórico en el que hemos de encuadrar los signos de violencia ideológica que resurgen cada cierto tiempo, y que ahora lo hacen con especial virulencia: grupos políticos que se oponen a la aplicación de la Ley de Memoria Histórica, entre ellos, el partido que ha gobernado hasta hace dos meses nuestro país; asociaciones, con subvenciones públicas, que propugnan la violencia como arma para evitar que los restos del genocida sean desenterrados del mausoleo de la Infamia que el mismo individuo se construyera con la sangre de miles de personas esclavizadas tras el genocidio; grupos inconexos de violentos que atacan a diestro y siniestro a personas indefensas por razón de sexo, ideológicos, raza, sin que en esos casos la Justicia se exprese con la misma contundencia con la que suele hacerlo en las situaciones inicialmente comentadas.

La Hidra de la Transición, aquella que adocenara a la clase política de este país, para poner en bandeja la impunidad del Régimen Fascista, vuelve a sacar una de sus innumerables cabezas, sabedora de que la voluntad política y social están abonadas a la desidia histórica. Sus secuaces, en un primer momento, creyeron que la dignidad de este pueblo los estaba venciendo, que su impunidad dependía de su inacción, pero, al cabo de los años, han comprobado que tienen abonado el terreno para sus más violentas acciones contra el pueblo español.

Santos López Giménez

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