lunes, 30 de octubre de 2017

¿Y si de solidaridad hablamos?



                      Unos días semiaislado y todo parece haberse convulsionado de un modo desmesurado e irreconocible. Hablo de lo social, lo político está implícito, no precisa ser acotado.
                       El asunto en cuestión, está de más ser mencionado, para mucha gente es un tostón, para otra, entre la que me incluyo, una preocupación desmedida. La una y la otra, una y otra posición, en mi opinión, no hacen sino reflejar el estado anímico de un pueblo, el español, que lleva décadas adormecido. Hace años que dejamos atrás a una generación que se preocupaba, que empatizaba, que era capaz de ponerse en el lugar de los y las otras, a la que muy pocas cuestiones les eran ajenas, en todo caso, una generación que no se jactaba del sufrimiento ajeno.
                      Claro, hablar de sufrimiento, según qué casos, pudiera parecer una ofensa para quienes fueron a caer en el lado equivocado de la existencia biológica que nos acoge. Sin embargo, en el escalafón que “los padres de la patria” establecieron, no ha sido preciso sufrir en lo material para haber sufrido lo indecible ante las lagunas enormes que eso que dan en llamar “carta magna” albergaba. Hay quienes su sufrimiento ha estado marcado, de por vida, por la carencia de un ser querido cuyos huesos no merecían ser rescatados, para confortar las almas de estas personas, de las que en vida los reclamaron, claro está, porque así lo dictaron aquellos próceres de mal agüero
                    Han pasado los años, y la dichosa “carta magna”, ni se ha adecuado, ni siquiera revisado, no ya por cambiar nada, sencillamente para ser escrupulosamente desarrollada. Ahí la mantienen un grupo de hooligans de la política, sabedores de que es su salvaguarda. Con ella en la boca, mancillando su espíritu, al menos, la parte de su espíritu que la humanizaba, son capaces de hacer y deshacer tanto cuanto les venga en gana.
                   En la fase que nos toca vivir, la de ahora, les ha servido para, apelando a la estupidez ciudadana, llenar de trapos rojigualdas los balcones y ventanas de infinidad de hogares, bajo el pretexto de la salvación de la unidad de España. Salvación de qué, qué ofrece la misma a aquellas personas que, en millones se cuentan, han ido perdiendo progresivamente, año a año, derechos de los que gozaron y que, bajo la misma consigna, con la manoseada “carta magna”, se los hicieron tragar hasta dejarlos huérfanos de esos derechos laborales básicos.
                 Siguiendo esa estela de infamias, que el trapo y la susodicha magna carta van dejando a modo de reguero infinito, sin apenas informaciones que me permitan generar una opinión al segundo, muestro lo único que un ser humano puede mostrar, toda mi solidaridad y cariño, para quienes sufren la indecencia de personas que jamás debieron ocupar cargo alguno en lo social, cuyas biografías están plagadas de delitos de una magnitud que nada tiene que ver con la que esas hipócritas criaturas, utilizando las herramientas legales del Estado, pretenden aplicar a una ciudadanía que, tras muchos años anhelando una posibilidad democrática que les permitiera decidir su futuro, han caído en un abismo cuyo momento de euforia y satisfacción ya ha pasado.