viernes, 21 de octubre de 2011

Optimismo, libertad y paz.


                                     Es obvio que escribo por pura apetencia, tal vez necesidad, en ningún caso obligación. De ahí que mis escritos, en ocasiones, se alarguen demasiado en el tiempo, es probable que sea la pereza la principal responsable de ello. En todo caso, el que uno escriba o deje de hacerlo es intranscendente. Sin embargo, hoy, a esta hora de transición entre el 20 y el 21 de octubre de 2011, la necesidad de escribir es infinitamente más fuerte que cualesquiera otras razones para no hacerlo.
                                   El pasado 10 de enero os pedí que me permitieseis ser optimista,permitidme-ser-optimista, lo era entonces, y hoy, más que nunca, quiero convertir el optimismo en una bandera de libertad y paz. Por ello, esta noche, deseo blandir con fuerza, con rabia, con toda la fuerza y la rabia que manan tras la sensación de hastío, de hartazgo, de dolor, que durante toda una vida nos han venido infundiendo los ejecutores de un inexistente mandato que, en su delirio, habían forjado unas infelices criaturas, creyéndose portadores de los deseos de un pueblo, el vasco, que jamás les concedió tales prebendas, y cuyo hartazgo y hastío, además de un dolor infinito, pesaban como endemoniadas espadas de Damocles ocluyendo e impidiendo la normalización del permanente futuro de esa sociedad.
                                 Dos meses atrás, el 18 de agosto, visitaba Bilbao con mi familia. Como en alguna ocasión anterior, un impronunciable deseo interno me acompañaba en ese viaje. A las 9 de la noche, de aquel día, estábamos en San Mamés prestos y dispuestos a divertirnos con el Athletic. Evidentemente, aquel día no se concretó mi sueño impronunciable, pero, esta pasada noche, cuando algunos seguidores del Athletic salían de San Mamés, a la misma hora que nosotros lo hacíamos hace dos meses, despistados ellos, recibían la noticia por antonomasia que tanto hemos deseado todos, y, obviamente, reconocían, el empate de hoy quedaba reducido a una anécdota insignificante frente a la grandiosidad de un futuro en paz. Ese deseo, de mi fuero interno, presente a cada momento, y candente en esas pequeñas, pero memorables, visitas a Euskadi, pudiera haber tomado cuerpo a partir de este 20 de octubre de 2011.
                               Con todo, amigos, vosotros que me concedéis el honor de ser lectores de este escrito, cuando mañana leáis la prensa, cuando contrastéis los diferentes medios informativos, comprobaréis que el escepticismo, inherente al ser humano, y nada sospechoso de querer suplantar al pesimismo, algunos, bastantes de esos medios, lo convertirán en carroña propia de seres infames que, donde el pueblo vasco, y buena parte del resto de España, vemos esperanza y paz, ellos sólo contemplan un chollo menos con el que seguir atizando la mentira y la calumnia. Pero, a esta hora, en este día, nadie nos va a quitar la libertad de emocionarnos y dejar ir una lágrima de alegría y esperanza porque, hoy más que nunca, la paz está mucho más cerca que jamás lo estuvo.

Santos López Giménez