viernes, 4 de diciembre de 2009

Engendro de sociedad

Anoche sentí pánico frente al televisor. Nos dispusimos en casa para ver un partido de fútbol. No era un partido cualquiera, jugaba nuestro equipo, el Athletic, y cuando eso ocurre la ocasión tiene un carácter especial. Pero, hete aquí que al comenzar la segunda parte, y tras marcar el Athletic su segundo gol, con el consiguiente alegrón, de pronto, las imágenes que la televisión nos mandaba no eran precisamente un muestrario de escenas alegres, era una sucesión de escenas violentas, donde destacaba sobremanera el intento de un numeroso grupo de energúmenos dispuesto a saltar al campo a toda costa. Todo ello mientras los jugadores seguían sobre el campo y el balón en juego. De la alegría hemos pasado a vivir una pesadilla: qué, si no, puedes sentir cuando la imagen en directo que te llega hace presagiar una agresión de imprevisibles consecuencias a los chavales que corrían por el terreno de juego. La historia de esta aberración, en su conjunto, seguro, eso espero, os la contarán hoy en todos los medios. Lo realmente preocupante son las razones de que, en los últimos años, una ola de fascismo vuelva a recorrer Europa, y que lo haga bajo el paraguas del PP europeo, ese al que también pertenece “nuestro PP”, y, por supuesto, entre otros no tan famosos, el impresentable de Berlusconi. Pero no culpo por ello a este grupo político, a este grupo político lo apoyan millones de ciudadanos en toda Europa. Se congratulan, al menos en España, de haber aglutinado a la ultraderecha, porque así, ésta, es más civilizada, dicen ellos. La derecha europea está dando pávulo a asuntos que hace años estaban superados, y dando entrada a otros que nunca debieran constituir un motivo para la confrontación social, véase el referemdun suizo del pasado domingo contra los minaretes islámicos.
Precisamente hoy, he recibido una de estas presentaciones, los famosos pps, que nos llegan por correo electrónico, la mayoría empalagosos, y, en este caso, se trataba de una especie de fábula que hablaba de la diferencia entre cocer una rana a fuego lento, sin que apenas note los incrementos de temperatura, lo que irremisiblemente la conducirá a una muerte lenta, sin haberse enterado, frente a un polpe de calor que, a buen seguro, la haría reaccionar con inmediatez y, de una zancada, alejarse de todo peligro. La reflexión terminaba con el simil social de la aceptación de tantos y tantos granitos de arena reaccionarios que están provocando la aniquilación del sentido crítico de los ciudadanos.
No os pido comprensión hacia mi particular modo de interpretar la violencia vivida en un estadio de fútbol: ni tú, que me lees, y que te preguntarás cómo puedo ser tan retorcido; ni yo que escribo esta perorata, somos responsables directos de tales circunstancias, pero, ahí no tengo dudas, indirectos, ya lo creo que lo somos. Lo somos, cuando sugerimos a nuestros hijos que no vayan con determinados niños, según su raza; cuando despotricamos por asuntos relacionados con el sentimiento de pertenencia a una determinada región geográfica al que todo ser humano tiene derecho; cuando desde pequeños transmitimos a nuestros hijos la idea de que se ha de responder con violencia a la violencia; cuando decimos incoherentes barbaridades del tipo: “son ellos quienes han de integrarse”, “no se integran porque no quieren”, “son unos parásitos que vienen a quitarnos lo nuestro”, etc; cuando, en vez de estar vigilantes en el buen hacer de nuestro Sistema Educativo, mediante nuestra participación en los ámbitos correspondientes, sólo se nos ocurre querer rebajar las vacaciones a los docentes, además de culparles de todos los males que conlleva el fracaso escolar; y así, amigos, amigas, podríamos estar rellenando hojas y hojas, folio en blanco tras folio en blanco. El miedo que uno sintió anoche ante el televisor, más que por esos energúmenos, que también, fue un miedo al engendro de sociedad que venimos forjando.

Santos López Giménez

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